jueves, 23 de abril de 2009

Volver a las raices




Así como el árbol no puede vivir sin raíces, el ser humano tampoco.

Es triste ver como los ideólogos ¿? llamados progresistas, se dedican a defenestrar todo aquello que tiene raíces profundas en el hombre: costumbres, fe, tradiciones, instituciones y familia.

Haciendo un rápido análisis podemos descubrirlos y anticipar su estrategia. 

Si a un pueblo le quitan sus costumbres y tradiciones invadiéndolo con consignas e imágenes que corresponden a otras identidades, obtenemos un deterioro pernicioso y anticipable: la eliminación de la cultura, que quizás es el único factor de esperanza en crisis profundas. Pues los recursos se acaban o quedan inutilizados por las tecnologías, pero la cultura da la identidad aun pueblo necesaria para seguir siendo. Un ejemplo es la evolución de nuestra música en las últimas décadas, del tango ejecutado con los mismos instrumentos de una orquesta sinfónica a la cumbia villera ejecutada con un objeto similar a un rallador. Sólo basta escuchar la composición musical de estos dos géneros para ver la involución producida.

El gran descreimiento en las instituciones se debe en gran medida a la permanente manipulación de los medios de comunicación social, quienes sistemáticamente demonizan a toda aquellas organizaciones humanas que tengan larga trayectoria. Pareciera que sienten un morboso placer cuando un hombre de la vida política, eclesial o castrense/policial muestra su miseria humana y comete algún ilícito o inmoralidad. Las centenas de hombres y mujeres que sirven en estos estamentos y las miles de horas de servicio que prestan a la comunidad en obras de todo tipo quedan generalmente ignoradas ante la aparición de algunas pocas excepciones, que como en toda actividad humana, siempre existen.

Lo más dañino es la permanente inducción que hacen sobre las generaciones más jóvenes despertando el rechazo, la apatía y el desinterés en estas actividades tan ligadas con el desarrollo del ser humano como tal.

La familia es en estas últimas décadas la más golpeada de las instituciones, con la relativización de los compromisos y con la laxitud de las leyes actuales, donde todo da lo mismo y todo tiende a perder identidad al mezclarse en una especie de fango conceptual y espiritual que mezcla lo moral y lo inmoral, lo lícito y lo ilícito, lo bueno con lo malo, pues pretenden hacer creer que todo es lo mismo. Evidentemente que este popurrí descontrolado de derechos mal entendidos están destrozando quizás la más antigua de las instituciones humanas.

Testigos de este flagelo son: los millones de niños abortados por año, los miles de ancianos abandonados en geriátricos y hogares porque ya no se valen por si mismo, es lógico que un egoísta piense que los padres cuando no generan dinero y además son una carga que les impide hacer su actividades, son descartables e inconvenientes. Y en ese esquema lógico, la solución es guardarlos en algún lugar donde no se noten demasiado.

Por otro lado, millones de hijos de padres separados o divorciados tienen que convivir con situaciones inentendibles para ellos, con la angustia de tener su familia dividida y además con la desgracia de tener que vivir con gente que recién conocen (parejas e hijos de las nuevas relaciones de sus progenitores). Al final no entienden para que nacieron, si nadie se quiere hacer cargo de sus necesidades afectivas y espirituales y solo tienen progenitores que se dedican a disputarse su amor comprándoles cosas y más cosas, pero de hablarles en profundidad, de contenerlos mental y espiritualmente y de amarlos ni hablemos. 

Ante semejante panorama es la Iglesia, la única que vela por estos intereses y evidentemente se transforma en el foco de ataques de estos grandes campeones del liberalismo. Una institución creada por Dios, evidentemente es el blanco preferido de aquellos que con sus palabras, sus hechos o ambas cosas niegan su existencia.

¿Y ante esta desolación que hacemos?

Lo básico, debemos volver a los básicos.

Amar, comprometerse, educar, rezar y trabajar por los demás. Muchos encontrarán que es una falacia o un infantilismo, contra semejante enemigo, como es el relativismo laicista progresista actual, acciones tan simples. La verdad no hay otro camino que el camino de Dios, cuando Jesús de Nazaret se enfrentó con las muchas iniquidades de su tiempo usó este mismo método: Educó a sus apóstoles, vivía retirándose para orar y trabajó siempre para los demás, los signos y milagros que hizo dan cuenta de que paso haciendo el bien. Todo esto en la esencia de su propio ser: el Amor. Y amó hasta el extremo de dar su vida por cada uno de nosotros.

Volvamos a nuestras raíces. No perdamos las esperanzas en estos momentos de oscuridad y pidamos al Resucitado que nos de la fortaleza necesaria para nunca dejar de creer que esto puede cambiar en la medida de que con Fe, Esperanza y Caridad cada uno de nosotros se levante cada día con un solo propósito: construir el Reino junto a Cristo Jesús.

Marcelo Arrabal

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