lunes, 29 de diciembre de 2008

Combatir la pobreza, construir la paz



MENSAJE DE SU SANTIDAD
BENEDICTO XVI
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA 

JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

1 ENERO 2009

 

COMBATIR LA POBREZA, CONSTRUIR LA PAZ

 

1. También en este año nuevo que comienza, deseo hacer llegar a todos mis mejores deseos de paz, e invitar con este Mensaje a reflexionar sobre el tema: Combatir la pobreza, construir la paz. Mi venerado predecesor Juan Pablo II, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1993, subrayó ya las repercusiones negativas que la situación de pobreza de poblaciones enteras acaba teniendo sobre la paz. En efecto, la pobreza se encuentra frecuentemente entre los factores que favorecen o agravan los conflictos, incluidas la contiendas armadas. Estas últimas alimentan a su vez trágicas situaciones de penuria. «Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo –escribió Juan Pablo II– otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso en las naciones más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial»[1].

2. En este cuadro, combatir la pobreza implica considerar atentamente el fenómeno complejo de la globalización. Esta consideración es importante ya desde el punto de vista metodológico, pues invita a tener en cuenta el fruto de las investigaciones realizadas por los economistas y sociólogos sobre tantos aspectos de la pobreza. Pero la referencia a la globalización debería abarcar también la dimensión espiritual y moral, instando a mirar a los pobres desde la perspectiva de que todos comparten un único proyecto divino, el de la vocación de construir una sola familia en la que todos –personas, pueblos y naciones– se comporten siguiendo los principios de fraternidad y responsabilidad.

En dicha perspectiva se ha de tener una visión amplia y articulada de la pobreza. Si ésta fuese únicamente material, las ciencias sociales, que nos ayudan a medir los fenómenos basándose sobre todo en datos de tipo cuantitativo, serían suficientes para iluminar sus principales características. Sin embargo, sabemos que hay pobrezas inmateriales, que no son consecuencia directa y automática de carencias materiales. Por ejemplo, en las sociedades ricas y desarrolladas existen fenómenos demarginación, pobreza relacional, moral y espiritual: se trata de personas desorientadas interiormente, aquejadas por formas diversas de malestar a pesar de su bienestar económico. Pienso, por una parte, en el llamado «subdesarrollo moral»[2] y, por otra, en las consecuencias negativas del «superdesarrollo»[3]. Tampoco olvido que, en las sociedades definidas como «pobres», el crecimiento económico se ve frecuentemente entorpecido por impedimentos culturales, que no permiten utilizar adecuadamente los recursos. De todos modos, es verdad que cualquier forma de pobreza no asumida libremente tiene su raíz en la falta de respeto por la dignidad trascendente de la persona humana. Cuando no se considera al hombre en su vocación integral, y no se respetan las exigencias de una verdadera «ecología humana»[4], se desencadenan también dinámicas perversas de pobreza, como se pone claramente de manifiesto en algunos aspectos en los cuales me detendré brevemente.

Pobreza e implicaciones morales

3. La pobreza se pone a menudo en relación con el crecimiento demográfico. Consiguientemente, se están llevando a cabo campañas para reducir la natalidad en el ámbito internacional, incluso con métodos que no respetan la dignidad de la mujer ni el derecho de los cónyuges a elegir responsablemente el número de hijos [5] y, lo que es más grave aún, frecuentemente ni siquiera respetan el derecho a la vida. El exterminio de millones de niños no nacidos en nombre de la lucha contra la pobreza es, en realidad, la eliminación de los seres humanos más pobres. A esto se opone el hecho de que, en 1981, aproximadamente el 40% de la población mundial estaba por debajo del umbral de la pobreza absoluta, mientras que hoy este porcentaje se ha reducido sustancialmente a la mitad y numerosas poblaciones, caracterizadas, por lo demás, por un notable incremento demográfico, han salido de la pobreza. El dato apenas mencionado muestra claramente que habría recursos para resolver el problema de la indigencia, incluso con un crecimiento de la población. Tampoco hay que olvidar que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, la población de la tierra ha crecido en cuatro mil millones y, en buena parte, este fenómeno se produce en países que han aparecido recientemente en el escenario internacional como nuevas potencias económicas, y han obtenido un rápido desarrollo precisamente gracias al elevado número de sus habitantes. Además, entre las naciones más avanzadas, las que tienen un mayor índice de natalidad disfrutan de mejor potencial para el desarrollo. En otros términos, la población se está confirmando como una riqueza y no como un factor de pobreza.

4. Otro aspecto que preocupa son las enfermedades pandémicas, como por ejemplo, la malaria, la tuberculosis y el sida que, en la medida en que afectan a los sectores productivos de la población, tienen una gran influencia en el deterioro de las condiciones generales del país. Los intentos de frenar las consecuencias de estas enfermedades en la población no siempre logran resultados significativos. Además, los países aquejados de dichas pandemias, a la hora de contrarrestarlas, sufren los chantajes de quienes condicionan las ayudas económicas a la puesta en práctica de políticas contrarias a la vida. Es difícil combatir sobre todo el sida, causa dramática de pobreza, si no se afrontan los problemas morales con los que está relacionada la difusión del virus. Es preciso, ante todo, emprender campañas que eduquen especialmente a los jóvenes a una sexualidad plenamente concorde con la dignidad de la persona; hay iniciativas en este sentido que ya han dado resultados significativos, haciendo disminuir la propagación del virus. Además, se requiere también que se pongan a disposición de las naciones pobres las medicinas y tratamientos necesarios; esto exige fomentar decididamente la investigación médica y las innovaciones terapéuticas, y aplicar con flexibilidad, cuando sea necesario, las reglas internacionales sobre la propiedad intelectual, con el fin de garantizar a todos la necesaria atención sanitaria de base.

5. Un tercer aspecto en que se ha de poner atención en los programas de lucha contra la pobreza, y que muestra su intrínseca dimensión moral, es la pobreza de los niños. Cuando la pobreza afecta a una familia, los niños son las víctimas más vulnerables: casi la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta son niños. Considerar la pobreza poniéndose de parte de los niños impulsa a estimar como prioritarios los objetivos que los conciernen más directamente como, por ejemplo, el cuidado de las madres, la tarea educativa, el acceso a las vacunas, a las curas médicas y al agua potable, la salvaguardia del medio ambiente y, sobre todo, el compromiso en la defensa de la familia y de la estabilidad de las relaciones en su interior. Cuando la familia se debilita, los daños recaen inevitablemente sobre los niños. Donde no se tutela la dignidad de la mujer y de la madre, los más afectados son principalmente los hijos.

6. Un cuarto aspecto que merece particular atención desde el punto de vista moral es la relación entre el desarme y el desarrollo. Es preocupante la magnitud global del gasto militar en la actualidad. Como ya he tenido ocasión de subrayar, «los ingentes recursos materiales y humanos empleados en gastos militares y en armamentos se sustraen a los proyectos de desarrollo de los pueblos, especialmente de los más pobres y necesitados de ayuda. Y esto va contra lo que afirma la misma Carta de las Naciones Unidas, que compromete a la comunidad internacional, y a los Estados en particular, a “promover el establecimiento y el mantenimiento de la paz y de la seguridad internacional con el mínimo dispendio de los recursos humanos y económicos mundiales en armamentos” (art. 26)»[6].

Este estado de cosas, en vez de facilitar, entorpece seriamente la consecución de los grandes objetivos de desarrollo de la comunidad internacional. Además, un incremento excesivo del gasto militar corre el riesgo de acelerar la carrera de armamentos, que provoca bolsas de subdesarrollo y de desesperación, transformándose así, paradójicamente, en factor de inestabilidad, tensión y conflictos. Como afirmó sabiamente mi venerado Predecesor Pablo VI, «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz»[7]. Por tanto, los Estados están llamados a una seria reflexión sobre los motivos más profundos de los conflictos, a menudo avivados por la injusticia, y a afrontarlos con una valiente autocrítica. Si se alcanzara una mejora de las relaciones, sería posible reducir los gastos en armamentos. Los recursos ahorrados se podrían destinar a proyectos de desarrollo de las personas y de los pueblos más pobres y necesitados: los esfuerzos prodigados en este sentido son un compromiso por la paz dentro de la familia humana.

7. Un quinto aspecto de la lucha contra la pobreza material se refiere a la actual crisis alimentaria, que pone en peligro la satisfacción de las necesidades básicas. Esta crisis se caracteriza no tanto por la insuficiencia de alimentos, sino por las dificultades para obtenerlos y por fenómenos especulativos y, por tanto, por la falta de un entramado de instituciones políticas y económicas capaces de afrontar las necesidades y emergencias. La malnutrición puede provocar también graves daños psicofísicos a la población, privando a las personas de la energía necesaria para salir, sin una ayuda especial, de su estado de pobreza. Esto contribuye a ampliar la magnitud de las desigualdades, provocando reacciones que pueden llegar a ser violentas. Todos los datos sobre el crecimiento de la pobreza relativa en los últimos decenios indican un aumento de la diferencia entre ricos y pobres. Sin duda, las causas principales de este fenómeno son, por una parte, el cambio tecnológico, cuyos beneficios se concentran en el nivel más alto de la distribución de la renta y, por otra, la evolución de los precios de los productos industriales, que aumentan mucho más rápidamente que los precios de los productos agrícolas y de las materias primas que poseen los países más pobres. Resulta así que la mayor parte de la población de los países más pobres sufre una doble marginación, beneficios más bajos y precios más altos.

Lucha contra la pobreza y solidaridad global

8. Una de las vías maestras para construir la paz es una globalización que tienda a los intereses de la gran familia humana[8]. Sin embargo, para guiar la globalización se necesita una fuertesolidaridad global[9], tanto entre países ricos y países pobres, como dentro de cada país, aunque sea rico. Es preciso un «código ético común»[10], cuyas normas no sean sólo fruto de acuerdos, sino que estén arraigadas en la ley natural inscrita por el Creador en la conciencia de todo ser humano (cf. Rm 2,14-15). Cada uno de nosotros ¿no siente acaso en lo recóndito de su conciencia la llamada a dar su propia contribución al bien común y a la paz social? La globalización abate ciertas barreras, pero esto no significa que no se puedan construir otras nuevas; acerca los pueblos, pero la proximidad en el espacio y en el tiempo no crea de suyo las condiciones para una comunión verdadera y una auténtica paz. La marginación de los pobres del planeta sólo puede encontrar instrumentos válidos de emancipación en la globalización si todo hombre se siente personalmente herido por las injusticias que hay en el mundo y por las violaciones de los derechos humanos vinculadas a ellas. La Iglesia, que es «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano»[11], continuará ofreciendo su aportación para que se superen las injusticias e incomprensiones, y se llegue a construir un mundo más pacífico y solidario.

9. En el campo del comercio internacional y de las transacciones financieras, se están produciendo procesos que permiten integrar positivamente las economías, contribuyendo a la mejora de las condiciones generales; pero existen también procesos en sentido opuesto, que dividen y marginan a los pueblos, creando peligrosas premisas para conflictos y guerras. En los decenios sucesivos a la Segunda Guerra Mundial, el comercio internacional de bienes y servicios ha crecido con extraordinaria rapidez, con un dinamismo sin precedentes en la historia. Gran parte del comercio mundial se ha centrado en los países de antigua industrialización, a los que se han añadido de modo significativo muchos países emergentes, que han adquirido una cierta relevancia. Sin embargo, hay otros países de renta baja que siguen estando gravemente marginados respecto a los flujos comerciales. Su crecimiento se ha resentido por la rápida disminución de los precios de las materias primas registrada en las últimas décadas, que constituyen la casi totalidad de sus exportaciones. En estos países, la mayoría africanos, la dependencia de las exportaciones de las materias primas sigue siendo un fuerte factor de riesgo. Quisiera renovar un llamamiento para que todos los países tengan las mismas posibilidades de acceso al mercado mundial, evitando exclusiones y marginaciones

10. Se puede hacer una reflexión parecida sobre las finanzas, que atañe a uno de los aspectos principales del fenómeno de la globalización, gracias al desarrollo de la electrónica y a las políticas de liberalización de los flujos de dinero entre los diversos países. La función objetivamente más importante de las finanzas, el sostener a largo plazo la posibilidad de inversiones y, por tanto, el desarrollo, se manifiesta hoy muy frágil: se resiente de los efectos negativos de un sistema de intercambios financieros –en el plano nacional y global– basado en una lógica a muy corto plazo, que busca el incremento del valor de las actividades financieras y se concentra en la gestión técnica de las diversas formas de riesgo. La reciente crisis demuestra también que la actividad financiera está guiada a veces por criterios meramente autorrefenciales, sin consideración del bien común a largo plazo. La reducción de los objetivos de los operadores financieros globales a un brevísimo plazo de tiempo reduce la capacidad de las finanzas para desempeñar su función de puente entre el presente y el futuro, con vistas a sostener la creación de nuevas oportunidades de producción y de trabajo a largo plazo. Una finanza restringida al corto o cortísimo plazo llega a ser peligrosa para todos, también para quien logra beneficiarse de ella durante las fases de euforia financiera[12].

11. De todo esto se desprende que la lucha contra la pobreza requiere una cooperación tanto en el plano económico como en el jurídico que permita a la comunidad internacional, y en particular a los países pobres, descubrir y poner en práctica soluciones coordinadas para afrontar dichos problemas, estableciendo un marco jurídico eficaz para la economía. Exige también incentivos para crear instituciones eficientes y participativas, así como ayudas para luchar contra la criminalidad y promover una cultura de la legalidad. Por otro lado, es innegable que las políticas marcadamente asistencialistas están en el origen de muchos fracasos en la ayuda a los países pobres. Parece que, actualmente, el verdadero proyecto a medio y largo plazo sea el invertir en la formación de las personas y en desarrollar de manera integrada una cultura de la iniciativa. Si bien las actividades económicas necesitan un contexto favorable para su desarrollo, esto no significa que se deba distraer la atención de los problemas del beneficio. Aunque se haya subrayado oportunamente que el aumento de la renta per capita no puede ser el fin absoluto de la acción político-económica, no se ha de olvidar, sin embargo, que ésta representa un instrumento importante para alcanzar el objetivo de la lucha contra el hambre y la pobreza absoluta. Desde este punto de vista, no hay que hacerse ilusiones pensando que una política de pura redistribución de la riqueza existente resuelva el problema de manera definitiva. En efecto, el valor de la riqueza en una economía moderna depende de manera determinante de la capacidad de crear rédito presente y futuro. Por eso, la creación de valor resulta un vínculo ineludible, que se debe tener en cuenta si se quiere luchar de modo eficaz y duradero contra la pobreza material.

12. Finalmente, situar a los pobres en el primer puesto comporta que se les dé un espacio adecuado para una correcta lógica económica por parte de los agentes del mercado internacional, una correcta lógica política por parte de los responsables institucionales y unacorrecta lógica participativa capaz de valorizar la sociedad civil local e internacional. Los organismos internacionales mismos reconocen hoy la valía y la ventaja de las iniciativas económicas de la sociedad civil o de las administraciones locales para promover la emancipación y la inclusión en la sociedad de las capas de población que a menudo se encuentran por debajo del umbral de la pobreza extrema y a las que, al mismo tiempo, difícilmente pueden llegar las ayudas oficiales. La historia del desarrollo económico del siglo XX enseña cómo buenas políticas de desarrollo se han confiado a la responsabilidad de los hombres y a la creación de sinergias positivas entre mercados, sociedad civil y Estados. En particular, la sociedad civil asume un papel crucial en el proceso de desarrollo, ya que el desarrollo es esencialmente un fenómeno cultural y la cultura nace y se desarrolla en el ámbito de la sociedad civil[13].

13. Como ya afirmó mi venerado Predecesor Juan Pablo II, la globalización «se presenta con una marcada nota de ambivalencia»[14] y, por tanto, ha de ser regida con prudente sabiduría. De esta sabiduría, forma parte el tener en cuenta en primer lugar las exigencias de los pobres de la tierra, superando el escándalo de la desproporción existente entre los problemas de la pobreza y las medidas que los hombres adoptan para afrontarlos. La desproporción es de orden cultural y político, así como espiritual y moral. En efecto, se limita a menudo a las causas superficiales e instrumentales de la pobreza, sin referirse a las que están en el corazón humano, como la avidez y la estrechez de miras. Los problemas del desarrollo, de las ayudas y de la cooperación internacional se afrontan a veces como meras cuestiones técnicas, que se agotan en establecer estructuras, poner a punto acuerdos sobre precios y cuotas, en asignar subvenciones anónimas, sin que las personas se involucren verdaderamente. En cambio, la lucha contra la pobreza necesita hombres y mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino de un auténtico desarrollo humano.

Conclusión

14. En la Encíclica Centesimus annus, Juan Pablo II advirtió sobre la necesidad de «abandonar una mentalidad que considera a los pobres –personas y pueblos– como un fardo o como molestos e importunos, ávidos de consumir lo que los otros han producido». «Los pobres –escribe– exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más próspero para todos»[15]. En el mundo global actual, aparece con mayor claridad que solamente se construye la paz si se asegura la posibilidad de un crecimiento razonable. En efecto, las tergiversaciones de los sistemas injustos antes o después pasan factura a todos. Por tanto, únicamente la necedad puede inducir a construir una casa dorada, pero rodeada del desierto o la degradación. Por sí sola, la globalización es incapaz de construir la paz, más aún, genera en muchos casos divisiones y conflictos. La globalización pone de manifiesto más bien una necesidad: la de estar orientada hacia un objetivo de profunda solidaridad, que tienda al bien de todos y cada uno. En este sentido, hay que verla como una ocasión propicia para realizar algo importante en la lucha contra la pobreza y para poner a disposición de la justicia y la paz recursos hasta ahora impensables.

15. La Doctrina Social de la Iglesia se ha interesado siempre por los pobres. En tiempos de la Encíclica Rerum novarum, éstos eran sobre todo los obreros de la nueva sociedad industrial; en el magisterio social de Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II se han detectado nuevas pobrezas a medida que el horizonte de la cuestión social se ampliaba, hasta adquirir dimensiones mundiales[16]. Esta ampliación de la cuestión social hacia la globalidad hay que considerarla no sólo en el sentido de una extensión cuantitativa, sino también como una profundización cualitativa en el hombre y en las necesidades de la familia humana. Por eso la Iglesia, a la vez que sigue con atención los actuales fenómenos de la globalización y su incidencia en las pobrezas humanas, señala nuevos aspectos de la cuestión social, no sólo en extensión, sino también en profundidad, en cuanto conciernen a la identidad del hombre y su relación con Dios. Son principios de la doctrina social que tienden a clarificar las relaciones entre pobreza y globalización, y a orientar la acción hacia la construcción de la paz. Entre estos principios conviene recordar aquí, de modo particular, el «amor preferencial por los pobres»[17], a la luz del primado de la caridad, atestiguado por toda la tradición cristiana, comenzando por la de la Iglesia primitiva (cf. Hch 4,32-36; 1 Co 16,1; 2 Co 8-9; Ga 2,10).

«Que se ciña cada cual a la parte que le corresponde», escribía León XIII en 1891, añadiendo: «Por lo que respecta a la Iglesia, nunca ni bajo ningún aspecto regateará su esfuerzo»[18]. Esta convicción acompaña también hoy el quehacer de la Iglesia para con los pobres, en los cuales contempla a Cristo[19], sintiendo cómo resuena en su corazón el mandato del Príncipe de la paz a los Apóstoles: «Vos date illis manducare – dadles vosotros de comer» (Lc 9,13). Así pues, fiel a esta exhortación de su Señor, la comunidad cristiana no dejará de asegurar a toda la familia humana su apoyo a las iniciativas de una solidaridad creativa, no sólo para distribuir lo superfluo, sino cambiando «sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»[20]. Por consiguiente, dirijo al comienzo de un año nuevo una calurosa invitación a cada discípulo de Cristo, así como a toda persona de buena voluntad, para que ensanche su corazón hacia las necesidades de los pobres, haciendo cuanto le sea concretamente posible para salir a su encuentro. En efecto, sigue siendo incontestablemente verdadero el axioma según el cual «combatir la pobreza es construir la paz».

Vaticano, 8 de diciembre de 2008

BENEDICTUS PP. XVI

Fuente: La Santa Sede


lunes, 22 de diciembre de 2008

Navidad: Dios con nosotros



Cuando sucedió nadie se dio cuenta,
cuando entro la Luz al mundo hubo muy pocos testigos.
Solo algunos pastores que estaban cerca,
del resto nadie.
Pasó casi inadvertido el hecho más significativo de todos los siglos.

Esa noche fue idéntica a las demás, en apariencia,
en esencia se renovaba la faz de la tierra
y el hombre recuperaba su alianza con su Creador para siempre.

Hoy pasa lo mismo,
vemos pasar miles de veces a Dios a nuestro lado
y ni siquiera nos damos cuenta.

Una y otra vez Jesús, que se quedó en los pequeños,
en los que sufren, en los débiles, nos viene a visitar...
y nosotros en nuestra ceguera no sabemos descubrirlo.

Estas fechas exacerban nuestra miopía espiritual,
vamos tan apurados a comprar las cosas para celebrar la Navidad, 
que cuando se nos interpone en el camino a pedirnos una moneda,
una sonrisa, un momento para hablarnos, 
haciendo que no lo vemos seguimos de largo.

Dios sigue buscando un lugar para nacer
y nosotros no descubrimos que dándole lugar en nuestro corazón,
seremos parte de su nacimiento.
Animate!, prestale tu corazón como pesebre,
dejalo nacer en tu vida.

Solo hay un secreto para que eso suceda...
Jesús solo es visto y oído por aquellos que son capaces de descubrirlo en los demás.

Estás a tiempo, aún faltan algunas horas y Jesús podría nacer en tu vida
si sos capaz de preparar tu alma y tu corazón para darte a los que te necesitan.
 


miércoles, 17 de diciembre de 2008

Venciendo las limitaciones



se escucha a la gran mayoría de las personas decir habitualmente:

No soy capaz.
No puedo.
Eso no es para mi.

y otro sin fin de descalificativos hacia su persona que son dañinos y tienen secuelas en su vida presente y futura.

Es cierto que todo ser humano nace con distintas aptitudes, distintos dones que lo hacen destacarse en algún campo del quehacer. Ya sean aptitudes físicas, morales, mentales o intelectuales, Dios siempre nos regala esos talentos para ponerlos al servicio de los demás.

Solamente en el encuentro con el prójimo es donde una aptitud adquiere su mayor relevancia y sentido. Nadie pone la luz debajo de la mesa, la idea es que alumbre. Lo mismo pasa con los dones que tenemos: son para darse.

Sin embargo, no es menos cierto que son muchas las falencias que tenemos, en algunos casos quizás más limitaciones que virtudes. Es en ese campo donde entran a jugar un rol fundamental: la voluntad, la inteligencia y el corazón del hombre, tratando de enmendar la carencia natural, con el mejor remedio que existe y que está al alcance de cualquier ser humano: la actitud.

Si!, la actitud puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Puede que una persona que no sea talentosa pueda dar lo mejor de si y con una dosis alta de actitud lograr sus metas, ser útil para si mismo, su familia y la sociedad en base a la actitud que tenga frente a la vida.

Grandes cosas han sido hechas por gente como vos y como yo, gente sencilla, pero que ha puesto toda su creatividad, toda su perseverancia y toda su actitud en conseguir un bien.

Quizás mirando un ejemplo de la naturaleza podemos entender mejor el concepto de actitud...

El abejorro desde el punto de vista aerodinámico no debería volar, es muy gordo y sus alitas muy pequeñas y sin embargo vuela. Su actitud ante la vida lo hace pasar por alto esa limitación, esforzarse y lograr su objetivo: ver el mundo desde lo alto.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Trabajar al ritmo de Dios


Dedicado a todos los que hacemos PAS

Cuando un hombre se aparta de los caminos trillados, ataca los males establecidos, habla de revolución, se lo cree loco. Como si el testimonio del Evangelio no fuera locura, como si el cristiano no fuera capaz de un gran esfuerzo constructor, como si no fuéramos fuertes en nuestra debilidad (cf. 2Cor 12,9). Nos hace falta muchos locos de éstos, fuertes, constantes, animados por una fe invencible.

Un apostolado organizado requiere en primer lugar un hombre entregado a Dios, un alma apostólica, completamente ganada por el deseo de comunicar a Dios, de hacer conocer a Cristo; almas capaces de abnegación, de olvido de sí mismas, con espíritu de conquista. La organización racional del apostolado, exige precisamente, que lo supra racional, esté en primer lugar. ¡Que sea un santo! En definitiva, no va a apoyarse sobre los medios de su acción humana, sino sobre Dios. Lo demás vendrá después: que trabaje no como guerrillero, sino como miembro del Cuerpo Místico, en unión con todos los demás, aprovechándose de todos los medios para que Cristo pueda crecer en los demás, pero que primero la llama esté muy viva en él.

Es imposible un santo si no es un hombre; no digo un genio, pero un hombre completo dentro de sus propias dimensiones. Hay tan pocos hombres completos. Los profesores nos preocupamos tan poco de formarlos; y pocos toman en serio el llegar a serlo.

El hombre tiene dentro de sí su luz y su fuerza. No es el eco de un libro, el doble de otro, el esclavo de un grupo. Juzga las cosas mismas; quiere espontáneamente, no por fuerza, se someta sin esfuerzo a lo real, al objeto, y nadie es más libre que él. Si se marcha más despacio que los acontecimientos; si se ve las cosas más chicas de lo que son; si se prescinde de los medios indispensables, se fracasa. Y no puede sernos indiferente fracasar, porque mi fracaso lo es para la Iglesia y para la humanidad. Dios no me ha hecho para que busque el fracaso. Cuando he agotado todos los medios, entonces tengo derecho a consolarme y a apelar a la resignación. Muchos trabajan por ocuparse; pocos por construir; se satisfacen porque han hecho un esfuerzo. Eso no basta. Hay que amar eficazmente.

El equilibrio es un elemento preciso para un trabajo racional. Vale más un hombre equilibrado que un genio sin él, al menos para el trabajo de cada día. Equilibrio no quiere decir, en ninguna manera, un buen conjunto de cualidades mediocres, se trata de un crecimiento armónico que puede ser propio del hombre genial, o una salud enfermiza, o una especialización muy avanzada. No se trata de destruir la convergencia de los poderes que se tiene, sino de sobrepasarlas por una adhesión más firme a la verdad, de completarse en Dios por el amor.

La moral cristiana permite armonizarlo todo, jerarquizarlo todo, por más inteligente, ardiente, vigoroso que uno sea. La humildad viene a temperar el éxito; la prudencia frena la precipitación; la misericordia dulcifica la autoridad; la equidad tempera la justicia; la fe, suple las deficiencias de la razón; la esperanza mantiene las razones para vivir; la caridad sincera impide el repliegue sobre sí mismo; la insatisfacción del amor humano deja siempre sitio para el amor fraternal de Cristo; la evasión estéril está reemplazada por la aspiración de Dios, cargada de oración, y de insaciable deseo. El hombre no puede equilibrarse sino por un dinamismo, por una aspiración de los más altos valores de que él es capaz.

El ritmo cotidiano debe armonizarse entre reposo, trabajo difícil, trabajo fácil, comidas, descansos. Es bueno recordar que en muchos casos se descansa de un trabajo pasando a otro trabajo, no al ocio.

¿A qué paso caminar? Una vez que se han tomado las precauciones necesarias para salvaguardar el equilibrio, hay que darse sin medirse, para obtener el máximo de eficacia, para suprimir en la medida de lo posible las causas del dolor humano.

Se trabaja casi al límite de sus fuerzas, pero se encuentra, en la totalidad de su donación y en la intensidad de su esfuerzo, una energía como inagotable. Los que se dan a medias están pronto gastados, cualquier esfuerzo los cansa. Los que se han dado del todo, se mantienen en la línea bajo el impulso de su vitalidad profunda.

Con todo no hay que exagerar y disipar sus fuerzas en un exceso de tensión conquistadora. El hombre generoso tiende a marchar demasiado a prisa: querría instaurar el bien y pulverizar la injusticia, pero hay una inercia de los hombres y de las cosas con la cual hay que contar. Místicamente se trata de caminar al paso de Dios, de tomar su sitio justo en el plan de Dios. Todo esfuerzo que vaya más lejos es inútil, más aún, nocivo. A la actividad reemplazará el activismo que se sube como el champaña, que pretende objetos inalcanzables, quita todo tiempo para contemplación; deja el hombre de ser el dueño de su vida.

Al partir en la vida del espíritu, se adquiere una actitud de tensión extrema, que niega todo descanso. Pero como ni el cuerpo ni el alma están hechos para esto, viene luego el desequilibro, la ruptura. Hay, pues, que detenerse humildemente en el camino, descansar bajo los árboles y recrearse con el panorama, podríamos decir, poner una zona de fantasía en la vida.

El peligro del exceso de acción es la compensación. Un hombre agotado busca fácilmente la compensación. Este momento es tanto más peligroso, cuanto que se ha perdido una parte del control de sí mismo, el cuerpo está cansado, los nervios agitados, la voluntad vacilante. Las mayores tonterías son posibles en estos momentos. Entonces hay sencillamente que disminuir: Volver a encontrar la calma entre amigos bondadosos, recitar maquinalmente su rosario y dormitar dulcemente en Dios.


Fuente: San Alberto Hurtado

jueves, 11 de diciembre de 2008

Los Angeles, mensajeros de Dios



La existencia de los ángeles y su naturaleza

1. La existencia de los ángeles.

Etimológicamente la palabra ángel, del griego “angelos“, significa nuncio, enviado, embajador. Por lo tanto, la palabra “ángel” no es nombre personal sino de oficio, como la expresión “médico”, “abogado”, “ingeniero”. Dice San Gregorio Magno: “Es de saber que la palabra «ángel» es nombre de oficio, no de naturaleza. Aquellos santos espíritus de la patria celestial siempre son espíritus pero no siempre se les puede llamar «ángeles». Porque solamente son «ángeles» cuando por ellos se anuncia una cosa, cuando son nuncios, mensajeros, cuando Dios les envía a anunciar”.

San Agustín dice respecto a ellos: “El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”. Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios, porque contemplan “constantemente el rostro de mi Padre que están en los cielos” (Mt. 18, 10), son “agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra” (Sal. 103, 20).

Los hombres, en el lenguaje corriente, solemos llamar «ángeles» a todos, a las nueve jerarquías, pero hablando con precisión, con rigor de lenguaje teológico, no son «ángeles» más que aquellos que realizan una misión y precisamente por eso las Sagradas Escrituras emplean la palabra «ángel» no solamente cuando habla de los ángeles, sino también cuando habla de personas. Así, el Gran Enviado, el Ángel, el Rey de los Ángeles, es Cristo, nuestro Redentor, porque vino enviado por el Padre a realizar una misión angélica. Era el enviado por el Padre, por lo tanto, en ese sentido, era el Ángel de los ángeles, el Rey de los Ángeles, Cristo nuestro Señor. Por eso, el profeta Malaquías le anuncia como «el Ángel de la Alianza que deseáis» (Mal. 3-1)

En tanto que criaturas puramente espirituales, los ángeles tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles.

Por la perfección del universo se requiere cierta graduación en las criaturas, que se acerque cada vez más a la infinita perfección de Dios, creador de todas ellas. Y vemos que hay criaturas que se parecen a Dios únicamente porque existen, como las piedras. Otras en que viven, como las plantas y los animales, otras en el entender, como el hombre. Por lo tanto, parece muy natural que existan otras criaturas puramente espirituales y perfectamente intelectivas que son los ángeles, que se parezcan a Dios de la manera más perfecta que pueda parecerse una criatura. Faltaría algo entre nosotros y Dios si no existieran los ángeles. Faltaría un eslabón en la cadena.

Santo Tomás de Aquino, lo explica con toda la perfección (Suma Teológica, I, q. 50, a.1): “Es necesario admitir la existencia de algunas criaturas incorpóreas. Lo que sobre todo se propone Dios en las criaturas es el bien, que consiste en parecerse a Dios. Pero la perfecta semejanza del efecto con la causa es tal cuando el efecto la imita en aquello por lo que la causa produce su efecto, como el calor produce lo caliente. Pero Dios produce a la criatura por su entendimiento y su voluntad [...]. Por lo tanto, para la perfección del universo, se requiere que haya algunas criaturas intelectuales”. Pero debido a que el entendimiento no puede ser una facultad física ya que todos los cuerpos materiales están limitados al tiempo y al espacio, concluye el Doctor Angélico, ” para que el universo sea perfecto, es necesario que exista alguna criatura incorpórea”.

Los filósofos antiguos (y muchos modernos…) ignoraban la existencia de la capacidad intelectual, y debido a ello, no sabían distinguir entre el entendimiento y el sentido. Por eso, concluyeron (y siguen concluyendo muchos…) que no puede existir nada que no sea percibido por los sentidos y por la imaginación. Y como en el campo de la imaginación no cabe más que el cuerpo, estimaron que no había más ser que el cuerpo físico. Y en eso coinciden los modernos materialistas con los antiguos saduceos, quienes decían que no había espíritu (Hch. 23,8). Pero, concluye Santo Tomás, “sólo por el hecho de que el entendimiento es superior a los sentidos, se demuestra razonablemente la existencia de algunas realidades incorpóreas, comprensibles sólo por el entendimiento”.

2. Naturaleza de los ángeles
a. Los ángeles son espíritus puros sin mezcla de materia. 
En este punto, Santo Tomás es tajante: (q. 2): “Es imposible que la sustancia intelectual tenga ningún tipo de materia”. Cualquier ser actúa según la sustancia de que está hecho; ahora bien, la operación de entender es una operación totalmente inmaterial, ya que para entender un objeto hay que abstraer ese objeto de la materia. Por lo tanto, hay que concluir que toda sustancia intelectual es completamente inmaterial.

b. Los ángeles son naturalmente incorruptibles e inmortales. Los ángeles son incorruptibles porque no tienen ninguna cosa interior que les pueda volver a la nada (ab-intrinseco) ni ningún enemigo exterior que les pueda aniquilar (ab-extrínseco). Son inmortales pues, aunque Dios tiene poder para reducirlos a la nada, no lo hará nunca ya que Él respecta el plan que Él mis se ha trazado. Si no lo hiciera, rectificaría, lo que supone haber cometido un error, haberse equivocado. Como Dios no pude equivocarse jamás, no puede rectificar jamás. Y el plan queda establecido se cumplirá al pie de la letra porque se debe a Si mismo el cumplimiento de Su palabra.

c. Los ángeles son específicamente distintos entre sí, 
de suerte que cada uno de ellos constituye una especie completamente distinta de cualquier otro ángel.
Si cada uno de ellos constituye una especie, la variedad de los ángeles es maravillosa; son millones y millones de ángeles, todos distintos, a cual más hermoso, a cual más deslumbrante.
Esto sirve para darnos una idea muy elevada de la infinita grandeza de Dios, que ha creado el mundo angélico con inmensa variedad de seres, todos específicamente distintos entre sí. Sin duda alguna, la contemplación del mundo angélico, con su infinita variedad y deslumbrante belleza, constituirá un espectáculo grandioso y una de las alegrías accidentales más inmensas que disfrutarán los
bienaventurados por toda la eternidad.

d. Aunque los ángeles no tienen cuerpo, pueden sin embargo aparecerse en forma corporal. Esta tesis, sostenida por Santo Tomás, va en contra de la opinión de algunos que creen que los ángeles siempre se aparecen de forma imaginativa. Ahora bien, si fuera cierto, esto contradice el objetivo mismo de la Escritura, ya que lo que es visto imaginativamente no existe más que en la imaginación del que lo ve y, por lo tanto, no puede ser visto por otros. Pero la Sagrada Escritura narra apariciones de ángeles que fueron vistos por todos, v.gr., los que se aparecen a Abrahám y a su familia, a Lot y los habitantes de Sodoma, etc. También en la historia reciente, por poner un ejemplo, en las apariciones de Fátima, se narra que el Ángel de Portugal fue visto por los tres pastorcillos simultáneamente.
Los cuerpos que asumen los ángeles no son cuerpos vivos; por medio de ellos, los ángeles pueden ejercer algunas acciones vitales como el hablar, el andar o incluso el comer, pero no darles vida como tal ya que este es un atributo exclusivo de Dios. Los ángeles toman esos cuerpos reales o aparentes de forma circunstancial y
provisoria.
Y también en esto se expresa una vez más la bondad infinita de Dios y su inenarrable amor por los hombres. Explica Santo Tomás: 
“Los ángeles no necesitan tomar cuerpo para su propio bien, sino para el nuestro. Al convivir familiarmente con los hombres y conversando con ellos forman una comunidad de comprensión que es la que los hombres esperan formar con ellos en la vida futura. El hecho de que en el Antiguo Testamento los ángeles hayan tomado cuerpo, fue como una figura anticipada de que la Palabra de Dios iba a tomar cuerpo humano. Pues todas las apariciones del Antiguo Testamento están orientadas a aquella otra aparición por la que el Hijo de Dios apareció carnalmente.” (I, q 51, a.2)

e. Al ángel le corresponde ocupar un lugar. Sin embargo no a manera de los cuerpos que están unidos a un sitio por contacto de su materia física y por lo tanto, delimitados en el espacio, sino que por su virtudcontienen a los cuerpos físicos sin estar contenidos por ellos. Así es como el alma está unida al cuerpo: como continente y no como contenido. Igualmente se dice que el ángel ocupa un lugar físico, no como contenido sino como el que de algún modo lo contiene. Esto se entiende mejor si imaginamos a una persona muy virtuosa (o en sentido contrario, muy pecadora) entrando en un ambiente cualquiera. De alguna manera, su virtud (o su vicio) se irradia en las demás personas y conforma el comportamiento de ellas. Por así decir, ella impregna el ambiente y estimula en los demás, con su simple presencia, por su modo de ser, de hablar, de comportarse, a la práctica de la virtud (o del pecado).

f. El ángel puede moverse localmente. Pero al trasladarse de un sitio a otro no necesita pasar por el medio. Él ángel está donde obra; por consiguiente, cuando deja de actuar en un lugar para comenzar a actuar en otro, puede decirse que se ha movido o cambiado de sitio. Su movimiento, aunque rapidísimo, no se puede decir que sea instantáneo. Es un movimiento por lo tanto, discontinuo, ya que para ir a un sitio, tiene que dejar otro. Por otro lado hay que entender la palabra “rapidísimo”, “instantáneo”, etc. Las operaciones angélicas no se miden por fracciones de nuestro tiempo (ya que ellos viven fuera del tiempo), sino por la diversidad de las operaciones. Un instante angélico puede durar un siglo de nuestro tiempo si durante todo ese tiempo ha permanecido el ángel en una sola operación. Pero dada la perfección de la naturaleza angélica su operación puede ser rapidísima, hasta el punto de parecer instantánea, como parece instantánea la propagación de la luz.
El movimiento del ángel no depende solamente de la magnitud de su poder, de que sea más o menos poderoso ese ángel sino exclusivamente de su voluntad. Para trasladarse basta querer y el se mueve con la velocidad del pensamiento.
Un ángel no puede estar en muchos lugares a la vez. Por su naturaleza, él no tiene lo que conocemos por el “don de la
bilocación”. El ángel es de esencia y poder finitos. Solo Dios es por esencia y poder infinito; Él es causa universal de todas las cosas y con su poder, llega a todas las partes. Pero no es así con el ángel, que al ser finito, limitado, no llega a todo, sino a una sola cosa concreta.
El estar en un lugar concreto corresponde al cuerpo, al ángel y a Dios, aunque de distinta manera: el cuerpo está en un lugar circunscribiéndose a él, ya que sus dimensiones se adaptan al lugar. El ángel no se circunscribe al lugar, ya que sus dimensiones no se adaptan al lugar, sino que se delimita a él, puesto que al estar en un sitio no lo está en otro. Dios no está ni circunscrito ni delimitado, porque está en todas partes.
Fuente: Heraldos

martes, 9 de diciembre de 2008

María, modelo del cristiano.




Durante toda la jornada de ayer, día de la Inmaculada Concepción, no deje de pensar en la bendita influencia de María en Jesús.

La sensibilidad manifestada por Jesús ante el dolor de los enfermos, de los pobres, de los endemoniados, de los niños, de las mujeres, de todos los débiles. Nos revela la enseñanza y el ejemplo de su Madre.

Los seres humanos heredamos no solo las enfermedades, vicios y manías de nuestros ancestros sino también todo lo positivo. En el caso del Mesías, nada heredo de pecado sino todo lo bello, puro y transparente que le entregó su mamá.

¿Cuánta ternura habrá demostrado María con los demás, para que Jesús sea tan sensible? Si en los evangelios se habla muchas veces de que se conmovía, de que sufría por los hermanos, que compartía las alegrías.

Gran parte de lo que hoy llamamos inteligencia emocional, Jesús la heredó de María. A través del Hijo conocemos la bellísima persona que lo llevó en su vientre, que lo amamantó, le enseñó a hablar y a rezar.

Y por último, yendo a lo más mundano... 

María era una mujer alegre, nos cuenta el evangelio que estaba con su Hijo en las bodas de unos amigos.
María era una mujer comprometida, no se separó un momento de Jesús en el calvario.
María era una mujer solidaria, fue a visitar a su anciana pariente embarazada.
María era una mujer jugada, no temió de acompañar a los apóstoles cuando nació la Iglesia.
María era una mujer sensible a lo bello, basta con ver la delicadeza de Jesús cuando habla de las aves del cielo y de los lirios del campo...

Bendita, infinitamente bendita sea la Madre de Aquel que nos salva, porque supo dar lo mejor de si influyendo tan benigna y amorosamente en su Divino Hijo.

viernes, 5 de diciembre de 2008

La Inmaculada Concepción


La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara que por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo pecado, desde su concepción. 

Como demostraremos, esta doctrina es de origen apostólico, aunque el dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

 "...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."
(Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)

La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica  procedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana.

Cuando hablamos del dogma de la Inmaculada Concepción no nos referimos a la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado. El dogma declara que María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de gracia" desde su concepción.

La Encíclica "Fulgens corona", publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la Santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre»

Llena de Gracia, el nombre mas bello de María. 

Benedicto XVI, 2006

Queridos hermanos y hermanas: 

Celebramos hoy una de las fiestas de la bienaventurada Virgen más bellas y populares: la Inmaculada Concepción. María no sólo no cometió pecado alguno, sino que quedó preservada incluso de esa común herencia del género humano que es la culpa original, a causa de la misión a la que Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre del Redentor. 

Todo esto queda contenido en la verdad de fe de la Inmaculada Concepción. El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el Ángel dirigió a la muchacha de Nazaret: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). «Llena de gracia», en el original griego «
kecharitoméne», es el nombre más bello de María, nombre que le dio el mismo Dios para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios» (encíclica «Deus caritas est», 12). 

Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres, Dios ha escogido precisamente a María de Nazaret? La respuesta se esconde en el misterio insondable de la divina voluntad. Sin embargo, hay un motivo que el Evangelio destaca: su humildad. Lo subraya Dante Alighieri en el último canto del «Paraíso»: «Virgen Madre, hija de tu hijo, humilde y alta más que otra criatura, término fijo del consejo eterno» (Paraíso XXXIII, 1-3). La Virgen misma en el «Magnificat», su cántico de alabanza, dice esto: «Engrandece mi alma al Señor… porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lucas 1, 46.48). Sí, Dios se sintió prendado por la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (Cf. Lucas 1, 30). Se convirtió, de este modo, en la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Señor y difundirla entre toda la familia humana. 

Esta «bendición» es el mismo Jesucristo. Él es la fuente de la «gracia», de la que María quedó llena desde el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y con amor lo entregó al mundo. Ésta es también nuestra vocación y nuestra misión, la vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y entregarlo al mundo «para que el mundo se salve por él» (Juan 3, 17). 

Queridos hermanos y hermanas: la fiesta de la Inmaculada ilumina como un faro el período de Adviento, que es un tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador. Mientras salimos al encuentro de Dios, que viene, miremos a María que «brilla como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino» («Lumen gentium», 68). Con esta conciencia os invito a uniros a mí cuando, en la tarde, renueve en la plaza de España el tradicional homenaje a esta dulce Madre por la gracia y de la gracia. 

Fuente: Corazones.org

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Solo hay un Dios

Solo hay un Dios,
sin importar como le llamen en los distintos lugares,
es el mismo Dios en tu barrio, en tu país, en todo el mundo,
en todo el universo. 

Solo hay un Dios,
aunque algunos quieran imponernos dioses de moda,
dioses falsos, fatuos, inconsistentes,
que vienen a tratar de llenar ese vacio 
que el ser humano siente cuando no se acerca al Dios Verdadero y Unico.

Solo hay un Dios,
Señor de todo lo creado, de lo que ves y de lo invisible.

Solo hay un Dios,
capaz de crear un galaxia o una flor con la misma dedicación,
con igual perfección, orden y belleza.

Solo hay un Dios,
Padre tuyo, mio, nuestro.
Solo hay un Dios que nos hermana.
Misericordioso en esencia.

Solo hay un Dios,
Hermano nuestro, capaz de entregarse para nuestra salvación.

Solo hay un Dios,
Defensor por excelencia, el que motiva día a día
todo lo bueno, puro y bello que hay en ti.

Solo hay un Dios
que es capaz de hacer todo el universo,
que es capaz de cambiar su vida por la tuya,
que es capaz de ofrecerte la vida eterna.

Solo hay un Dios,
que respeta tu decisión de amarlo o no
y te espera pacientemente.

Solo hay un Dios
que te conoce en profundidad,
inclusive más que tu mismo.

Solo hay un Dios
y está locamente enamorado de ti.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Para que al Final del Camino
















Prepárate para un gran viaje,

hay que llevar poco equipaje.

Cualquier caminante sabe que el peso de las cosas innecesarias

termina provocando cansancio, heridas y fatiga.

 

En este largo viaje es necesario dejar todo lo que no sea de uso vital.

Te recomiendo no llevar más ropa de la necesaria pues te vas a sofocar.

No lleves más libros de los precisos,

ese peso te impedirá alcanzar grandes alturas.

 

Trae solo un trozo de pan para compartir

créeme que cuando seas hermano de los otros caminantes

no vas a necesitar cargar una despensa en tus espaldas.

 

No vistas ropas elegantes ni costosas

para caminar mucho hay que usar cosas prácticas y resistentes.

 

Deja tus objetos preciados

por cuidarlos te vas a perder de los mejores paisajes.

 

Despreocúpate de aprender tantos idiomas,

al final del día comprenderás que el lenguaje del corazón es universal.

 

Deja tanto aparato electrónico,

no hay mejor música que la de la naturaleza

ni mejor voz que la de tu conciencia.

 

Por último empieza a caminar solo cuando

estés convencido de pagar el precio de llegar a destino.

No pienses sólo en la meta

disfruta de todo el camino,

es la única manera de que el viaje sea llevadero

y que cuando llegues al último paso al mirar para atrás

te des cuenta de que valió la pena haber vivido.

 

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Tiempos del Hombre, Tiempos de Dios...


Sabiamente nuestro Creador, nos facilitó la medición de nuestros días dándonos la capacidad de tener un parámetro que nos sirviera de referencia en nuestra vida: el tiempo. Muchos se asustan con los tiempos… error, el tiempo es solamente referencial, no es un absoluto, lo que para uno es el todo para otro ser es una pequeñísima parte de su existencia. Compartamos algunos ejemplos:

 

El elefante se demora 660 días en su gestación, sin embargo durante ese tiempo en algunos insectos ya pasaron decenas de generaciones. Eso no quiere decir que las mariposas sean menos felices que los elefantes por vivir menos…

 

El hombre actual pasa más horas en su trabajo que con sus hijos, y sin embargo no estaría dispuesto a dar la vida por el primero y lo haría gustoso por sus retoños…

Un edificio puede llevar meses en ser construido y algunos segundos en ser demolido por un terremoto o una bomba…

 

El mismo ser humano que genera años de sacrificios, de entrega y de cuidados amorosos por parte de su madre, puede perder la vida en un segundo en un accidente…

 

Lo que a la naturaleza le ha llevado millones de años hacer, nosotros podemos destruir en menos de una generación…

Los acueductos romanos tomaron algunos años en ser construidos y mucho ingenio; pasados dos milenios aún cumplen su objetivo: llevar vida a los lugares donde escasea el agua…

 

El bambú japonés durante 7 años es solamente una matita, que muchos por ignorancia la cortarían sin dudarlo. Sin embargo por debajo de la tierra está generando un complejo sistema de raíces para sostener el crecimiento que tendrá el séptimo año, donde en seis semanas crecerá 30 metros…

Obviamente que tanta disparidad en los tiempos nos hace pensar en nuestro tiempo, en nuestra vida y en qué estamos haciendo con ella.

 

Para eso deberíamos reflexionar sobre algunas premisas básicas:

No importa la cantidad de tiempo que tengas que vivir, importa la calidad y cuan plenamente feliz lo hagas;

nunca el tiempo perdido vuelve (“fugit irreparabili tempos”);

seamos concientes de que lo que hagamos o dejemos de hacer va a tener eco más allá de nuestro tiempo;

el hombre no puede evadir jamás el tiempo;

el amor trasciende el tiempo;

Dios está por encima del tiempo.

Por último es necesario dejar todo nuestro tiempo en manos de Dios y confiar en El, pues como reza el Eclesiastés en su tercer capítulo:

 

Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:
un tiempo para nacer y un tiempo para morir,
un tiempo para plantar y un tiempo para arrancarlo plantado;
un tiempo para matar y un tiempo para curar,
un tiempo para demoler y un tiempo para edificar;
un tiempo para llorar y un tiempo para reír,
un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar;
un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas,
un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse;
un tiempo para buscar y un tiempo para perder,
un tiempo para guardar y un tiempo para tirar;
un tiempo para rasgar y un tiempo para coser,
un tiempo para callar y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar y un tiempo para odiar,
un tiempo de guerra y un tiempo de paz.

 

Que el Señor nos de la paciencia para no desesperar, para no equivocarnos, para elegir lo correcto y sobre todo, para vivir plenamente nuestro tiempo y de esa manera cumplir con el objetivo para el cual fuimos creados: ser felices.