sábado, 23 de enero de 2010

El sacerdote y la pastoral en el mundo digital


Queridos Hermanos y Hermanas,

El tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales - "El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra" - se inserta muy apropiadamente en el camino del Año Sacerdotal, y pone en primer plano la reflexión sobre un ámbito pastoral vasto y delicado como es el de la comunicación y el mundo digital, ofreciendo al sacerdote nuevas posibilidades de realizar su particular servicio a la Palabra y de la Palabra. Las comunidades eclesiales, han incorporado desde hace tiempo los nuevos medios de comunicación como instrumentos ordinarios de expresión y de contacto con el propio territorio, instaurado en muchos casos formas de diálogo aún de mayor alcance. Su reciente y amplia difusión, así como su notable influencia, hacen cada vez más importante y útil su uso en el ministerio sacerdotal.

La tarea primaria del sacerdote es la de anunciar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, y comunicar la multiforme gracia divina que nos salva mediante los Sacramentos. La Iglesia, convocada por la Palabra, es signo e instrumento de la comunión que Dios establece con el hombre y que cada sacerdote está llamado a edificar en Él y con Él. En esto reside la altísima dignidad y belleza de la misión sacerdotal, en la que se opera de manera privilegiada lo que afirma el apóstol Pablo: "Dice la Escritura: 'Nadie que cree en Él quedará defraudado'... Pues "todo el que invoca el nombre del Señor se salvará". Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo si no creen en Él? ¿Cómo van a creer si no oyen hablar de Él? ¿Y cómo van a oír sin alguien que les predique? ¿Y cómo van a predicar si no los envían?" (Rm 10,11.13-15).

Las vías de comunicación abiertas por las conquistas tecnológicas se han convertido en un instrumento indispensable para responder adecuadamente a estas preguntas, que surgen en un contexto de grandes cambios culturales, que se notan especialmente en el mundo juvenil. En verdad el mundo digital, ofreciendo medios que permiten una capacidad de expresión casi ilimitada, abre importantes perspectivas y actualiza la exhortación paulina: "¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!" (1 Co 9,16). Así pues, con la difusión de esos medios, la responsabilidad del anuncio no solamente aumenta, sino que se hace más acuciante y reclama un compromiso más intenso y eficaz. A este respecto, el sacerdote se encuentra como al inicio de una "nueva historia", porque en la medida en que estas nuevas tecnologías susciten relaciones cada vez más intensas, y cuanto más se amplíen las fronteras del mundo digital, tanto más se verá llamado a ocuparse pastoralmente de este campo, multiplicando su esfuerzo para poner dichos medios al servicio de la Palabra.

Sin embargo, la creciente multimedialidad y la gran variedad de funciones que hay en la comunicación, pueden comportar el riesgo de un uso dictado sobre todo por la mera exigencia de hacerse presentes, considerando internet solamente, y de manera errónea, como un espacio que debe ocuparse. Por el contrario, se pide a los presbíteros la capacidad de participar en el mundo digital en constante fidelidad al mensaje del Evangelio, para ejercer su papel de animadores de comunidades que se expresan cada vez más a través de las muchas "voces" surgidas en el mundo digital. Deben anunciar el Evangelio valiéndose no sólo de los medios tradicionales, sino también de los que aporta la nueva generación de medios audiovisuales (foto, vídeo, animaciones, blogs, sitios web), ocasiones inéditas de diálogo e instrumentos útiles para la evangelización y la catequesis.

El sacerdote podrá dar a conocer la vida de la Iglesia mediante estos modernos medios de comunicación, y ayudar a las personas de hoy a descubrir el rostro de Cristo. Para ello, ha de unir el uso oportuno y competente de tales medios - adquirido también en el período de formación - con una sólida preparación teológica y una honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su constante diálogo con el Señor. En el contacto con el mundo digital, el presbítero debe trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios, su corazón de consagrado que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es propio, sino al continuo flujo comunicativo de la "red".

También en el mundo digital, se debe poner de manifiesto que la solicitud amorosa de Dios en Cristo por nosotros no es algo del pasado, ni el resultado de teorías eruditas, sino una realidad muy concreta y actual. En efecto, la pastoral en el mundo digital debe mostrar a las personas de nuestro tiempo y a la humanidad desorientada de hoy que "Dios está cerca; que en Cristo todos nos pertenecemos mutuamente" (Discurso a la Curia romana para el intercambio de felicitaciones navideñas, 22 diciembre 2009).

¿Quién mejor que un hombre de Dios puede desarrollar y poner en práctica, a través de la propia competencia en el campo de los nuevos medios digitales, una pastoral que haga vivo y actual a Dios en la realidad de hoy? ¿Quién mejor que él para presentar la sabiduría religiosa del pasado como una riqueza a la que recurrir para vivir dignamente el hoy y construir adecuadamente el futuro? Quien trabaja como consagrado en los medios, tiene la tarea de allanar el camino a nuevos encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto humano y la atención a las personas y a sus auténticas necesidades espirituales. Le corresponde ofrecer a quienes viven éste nuestro tiempo "digital" los signos necesarios para reconocer al Señor; darles la oportunidad de educarse para la espera y la esperanza, y de acercarse a la Palabra de Dios que salva y favorece el desarrollo humano integral. La Palabra podrá así navegar mar adentro hacia las numerosas encrucijadas que crea la tupida red de autopistas del ciberespacio, y afirmar el derecho de ciudadanía de Dios en cada época, para que Él pueda avanzar a través de las nuevas formas de comunicación por las calles de las ciudades y detenerse ante los umbrales de las casas y de los corazones y decir de nuevo: "Estoy a la puerta llamando. Si alguien oye y me abre, entraré y cenaremos juntos" (Ap 3, 20).

En el Mensaje del año pasado animé a los responsables de los procesos comunicativos a promover una cultura de respeto por la dignidad y el valor de la persona humana. Ésta es una de las formas en que la Iglesia está llamada a ejercer una "diaconía de la cultura" en el "continente digital". Con el Evangelio en las manos y en el corazón, es necesario reafirmar que hemos de continuar preparando los caminos que conducen a la Palabra de Dios, sin descuidar una atención particular a quien está en actitud de búsqueda. Más aún, procurando mantener viva esa búsqueda como primer paso de la evangelización. Así, una pastoral en el mundo digital está llamada a tener en cuenta también a quienes no creen y desconfían, pero que llevan en el corazón los deseos de absoluto y de verdades perennes, pues esos medios permiten entrar en contacto con creyentes de cualquier religión, con no creyentes y con personas de todas las culturas. Así como el profeta Isaías llegó a imaginar una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56,7), quizá sea posible imaginar que podamos abrir en la red un espacio - como el "patio de los gentiles" del Templo de Jerusalén - también a aquéllos para quienes Dios sigue siendo un desconocido.

El desarrollo de las nuevas tecnologías y, en su dimensión más amplia, todo el mundo digital, representan un gran recurso para la humanidad en su conjunto y para cada persona en la singularidad de su ser, y un estímulo para el debate y el diálogo. Pero constituyen también una gran oportunidad para los creyentes. Ningún camino puede ni debe estar cerrado a quien, en el nombre de Cristo resucitado, se compromete a hacerse cada vez más prójimo del ser humano. Los nuevos medios, por tanto, ofrecen sobre todo a los presbíteros perspectivas pastorales siempre nuevas y sin fronteras, que lo invitan a valorar la dimensión universal de la Iglesia para una comunión amplia y concreta; a ser testigos en el mundo actual de la vida renovada que surge de la escucha del Evangelio de Jesús, el Hijo eterno que ha habitado entre nosotros para salvarnos. No hay que olvidar, sin embargo, que la fecundidad del ministerio sacerdotal deriva sobre todo de Cristo, al que encontramos y escuchamos en la oración; al que anunciamos con la predicación y el testimonio de la vida; al que conocemos, amamos y celebramos en los sacramentos, sobre todo en el de la Santa Eucaristía y la Reconciliación.

Queridos sacerdotes, os renuevo la invitación a asumir con sabiduría las oportunidades específicas que ofrece la moderna comunicación. Que el Señor os convierta en apasionados anunciadores de la Buena Noticia, también en la nueva "ágora" que han dado a luz los nuevos medios de comunicación.

Con estos deseos, invoco sobre vosotros la protección de la Madre de Dios y del Santo Cura de Ars, y con afecto imparto a cada uno la Bendición Apostólica.

Vaticano, 24 de enero 2010, Fiesta de San Francisco de Sales.

BENEDICTUS PP. XVI




lunes, 11 de enero de 2010

No es fácil ser cristiano





A pesar de haber un alto porcentaje de bautizados, católicos y protestantes, la violencia, el narcotráfico, los secuestros, la extorsión, la corrupción, la infidelidad matrimonial, los divorcios, las injusticias, el alcoholismo, el abuso de la sexualidad, la aprobación de leyes contra la vida y la familia, los abismos entre clases sociales, el racismo persistente, los robos, la inseguridad, etc., demuestran que muchos cristianos no somos coherentes con nuestra fe. Cierto que escándalos clericales y antitestimonios de pastores evangélicos, que también se dan, alejan a muchas personas de nuestras iglesias y de Jesucristo; con todo, es la vida inmoral y antievangélica de muchos creyentes la que más afecta al país.

JUZGAR

En Aparecida, describimos unas sombras de nuestra realidad, como "debilidades, compromisos mundanos e incoherencias" (5), "una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia; la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad" (12); "una cultura sin Dios y sin sus mandamientos, o incluso contra Dios" (13).

Hace poco, dijo el Papa Benedicto XVI: "No olvidemos el inmenso don que recibimos el día en que fuimos bautizados. En ese momento Cristo nos unió a sí para siempre; pero, por nuestra parte, ¿seguimos permaneciendo unidos a él con opciones coherentes con el Evangelio? No es fácil ser cristianos. Hace falta valentía y tenacidad para no conformarse a la mentalidad del mundo, para no dejarse seducir por los señuelos a veces poderosos del hedonismo y el consumismo, para afrontar, si fuera necesario, incluso incomprensiones y a veces hasta verdaderas persecuciones. Vivir el Bautismo implica permanecer firmemente unidos a la Iglesia, también cuando vemos en su rostro alguna sombra y alguna mancha. Es ella la que nos ha engendrado para la vida divina y nos acompaña en todo nuestro camino. ¡Amémosla, amémosla como a nuestra Madre! Amémosla y sirvámosla con un amor fiel, que se traduzca en gestos concretos en el seno de nuestras comunidades, sin caer en la tentación del individualismo y del prejuicio, y superando toda rivalidad y división. Así seremos verdaderos discípulos de Cristo" (8-XI-09).

ACTUAR

Es necesario convertirnos todos, para vivir con coherencia el Evangelio. Católicos y protestantes deberíamos ser los que más ejemplo demos de justicia, honestidad, respeto a los derechos de los demás, trabajo, responsabilidad, amor a la verdad, solidaridad con los pobres, defensa de los débiles, sobriedad en compras, bebidas y alimentos, leyes acordes al orden natural, protección del medio ambiente, fidelidad conyugal, etc. No es fácil convertirnos, pero sí es posible, con la ayuda de Dios.

Fuente Zenit. Extracto de publicación de Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

martes, 5 de enero de 2010

Los Reyes Magos





I. QUIÉNES ERAN LOS MAGOS

A. Evidencia no-bíblica

Podemos conjeturar la evidencia no-bíblica a partir de un significado probable de la palabra magoi. Herodoto (I, ci) es nuestra autoridad para suponer que los Magos eran de la casta sagrada de los Medos. Proveían de sacerdotes para Persia y, dejando de lado vicisitudes dinásticas, siempre mantuvieron sobre sus dominios influencia religiosa. Al jefe de esta casta, Nergal Sharezan, Jeremías da el título de Rab-Mag, «Mago-Jefe» (Jeremías 39, 3; 39, 13, en el hebreo original -las traducciones de los Setenta y de la Vulgata son aquí erróneas). Después de la caída del poder de Asiria y de Babilonia, la religión de los Magos perdió influencia en Persia. Ciro sometió totalmente a la casta sagrada; su hijo Cambises la reprimió severamente. Los Magos se sublevaron y pusieron a Gaumata, su jefe, como Rey de Persia con el nombre de Smerdis. Sin embargo, fue asesinado (521 a. C.), y Darío fue nombrado rey. Esta caída de los Magos fue celebrada en Persia con una fiesta nacional llamada magophonia (Her., III, lxiii, lxxiii, lxxix). No obstante, la influencia religiosa de esta casta sacerdotal continuó en Persia a través del gobierno de la dinastía Aquemenida (Ctesias, «Persia», X-XV); y no es inverosímil pensar que en tiempos del nacimiento de Cristo fuese bastante floreciente bajo el dominio parto. Estrabon (XI, ix, 3) dice que los sacerdotes magos formaron uno de los dos consejos del Imperio parto.

B. Evidencia bíblica

La palabra magoi frecuentemente tiene el significado de «mago» [magician], tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (ver Hch 8, 9; 13, 6, 8; también los Setenta en Daniel 1, 20; 2, 2, 10, 27; 4, 4; 5, 7; 11, 15). San Justino (Tryph., lxxxviii), Orígenes (Cels., I, lx), San Agustín (Serm. xx, «De epiphania») y San Jerónimo (In Isa. xix, 1) encontraron el mismo significado en el segundo capítulo de Mateo, aunque esta no es la interpretación común.

C. Evidencia Patrística

Ningún Padre de la Iglesia sostuvo que los Magos tenían que ser reyes. Tertuliano (Adv. Marcion., III, xiii) dice que fueron de estirpe real (fere reges), y por eso coincide con lo que hemos concluido en la evidencia no-bíblica. Por otra parte, la Iglesia en su liturgia aplica a los Magos las palabras: «Los reyes de Tarsis y de las islas ofrecerán presentes; los reyes de Arabia y de Saba le traerán sus regalos: y todos los reyes de la tierra le adorarán» (Salmo 71, 10). Pero este uso del texto refiriéndose a ellos no prueba más que eran reyes que viajaban desde Tarsis, Arabia y Saba. Como frecuentemente sucede, una acomodación litúrgica de un texto ha venido a ser considerada con el tiempo una interpretación auténtica fuera de él. No eran magos [magicians): el significado correcto de magoi, aunque no se halla en la Biblia, es requerido por le contexto en el segundo capítulo de San Mateo. Estos Magos pueden no haber sido otros que miembros de la casta sacerdotal anteriormente referida. La religión de los Magos era fundamentalmente la de Zoroastro y prohibía la hechicería; su astrologíay habilidad para interpretar sueños fue ocasión de su encuentro con Cristo» (Ver ASPECTOS TEOLÓGICOS DEL AVESTA).

La narración evangélica no menciona el número de Magos, y no hay una tradición cierta sobre esta materia. Varios Padres hablan de tres Magos; en realidad se hallan influenciados por el número de regalos. En el Oriente, la tradición habla de doce obsequios. En el cristianismo primitivo el arte no es un testimonio consistente:

i una pintura en el cementerio de San Pedro y San Marcelino muestra a dos;

i otra en el Museo Laterano, tres;

i otra en el cementerio de Domitila, cuatro;

i un jarrón en el Museo Kircher, ocho (Marucchi, «Eléments d'archéologie chrétienne», Paris, 1899, I 197).

Los nombres de los Magos son tan inciertos como su número. Entre los Latinos, desde el siglo VII, encontramos ligeras variantes en los nombres, Gaspar, Melchor y Baltasar; el Martirologio menciona a San Gaspar el primero de Enero, San Melchor el día seis y San Baltasar el once (Acta SS., I, 8, 323, 664). Los sirios tienen a Larvandad, Hormisdas, Gushnasaph, etc.; los armenios Kagba, Badadilma, etc. (Cf. Acta Sanctorum, May, I, 1780). Dejando de lado la noción puramente legendaria según la cual representan a las tres familias que descienden de Noé, aparecen como provenientes de «oriente» (Mat., ii, 1, 2, 9). Al oriente de Palestina sólo la antigua Media, Persia, Asiria y Babilonia tienen un sacerdocio de Magos en el tiempo del nacimiento de Cristo. Los Magos vinieron desde alguna parte del Imperio Parto. Probablemente cruzaron el desierto de Siria, entre el Eufrates y Siria, llegando a Haleb (Aleppo) o Tudmor (Palmyra), recorriendo el trayecto hasta Damasco y hacia el sur, en lo que ahora es la gran ruta a la Meca (darb elhaj, «el camino de los peregrinos»), continuando por el Mar de Galilea y el Jordán por el oeste hasta cruzar el vado cerca de Jericó. No hay tradición precisa de la denominada tierra «del oriente». Según San Máximo (Homil. xviii in Epiphan.) es Babilonia; también Teodoto de Ancyra (Homil. de Nativitate, I, x); según San Clemente de Alejandría (Strom., I, xv) y San Cirilo de Alejandría (In Is. xlix, 12) es Persia; según San Justino (Cont. Tryphon., lxxvii), Tertuliano (Adv. Jud., ix) y San Epifanio (Expos. fidei, viii) es Arabia.

II. TIEMPO Y CIRCUNSTANCIAS DE SU VISITA

La visita de los Magos tuvo lugar después de la Presentación del Niño en el Templo (Lucas 2, 38). Los Magos habían partido poco antes de que el ángel dijese a José que tomase al Niño y a su Madre y fuese a Egipto (Mateo 2, 13). Antes Herodes había intentado infructuosamente que los Magos retornasen, lo que deja fuera de toda duda que la presentación ya habría tenido lugar. Surge con ello una nueva dificultad: después de la presentación, la Sagrada Familia volvió a Galilea (Lucas 2, 39). Se piensa que este retorno no fue inmediato. Lucas omite los incidentes de los Magos, la huida a Egipto, la matanza de los Inocentes y el retorno desde Egipto, y retoma la historia con la vuelta de la Sagrada Familia a Galilea. Nosotros preferimos interpretar las palabras de Lucas como indicando un retorno a Galilea inmediatamente después de la presentación. La estancia en Nazaret fue muy breve. Tiempo después la Sagrada Familia volvió probablemente a permanecer en Belén. Entonces vinieron los Magos. Era «en tiempos del rey Herodes» (Mateo 2, 1), i. e., antes del 4 a. C. (A.V.C. 750), fecha probable de la muerte de Herodes en Jericó. No obstante, sabemos que Arquelao, hijo de Herodes, sucedió como etnarca a su padre en una parte del reino, y fue depuesto o en su noveno año (Josefo, Bel. Jud., II, vii, 3) o en el décimo (Josefo, Antiq., XVII, xviii, 2), durante el consulado de Lepido y Arruntio (Dion Cassis, lv, 27), i. e., 6 d. C. Por otra parte, los Magos vinieron mientras el rey Herodes estaba en Jerusalén (vv. 3, 7), no en Jericó, i. e., o al comienzo del 4 a. C. o al final del 5 a. C. Por último, eso fue probablemente un año, o un poco más de un año, después del nacimiento de Cristo. Herodes preguntó a los Magos el tiempo en que apareció la estrella. Considerando esto como el tiempo del nacimiento del Niño, mató a los varones de dos años para abajo en Belén y sus alrededores (v. 16). Algunos Padres concluyen de esta cruel matanza que los Magos llegaron a Jerusalén dos años después de la Navidad (San Epifanio, «Haer.», LI, 9; Juvencio, «Hist. Evang.», I, 259). Su conclusión tiene visos de probabilidad; aunque la matanza de los niños de dos años puede haberse debido a alguna otra razón -por ejemplo, al temor de Herodes de que los Magos le hubiesen engañado en lo que a la aparición de la estrella se refiere o que los Magos se hubiesen equivocado en la unión de la aparición de la estrella con el nacimiento del Niño. Arte y arqueología favorecen nuestro punto de vista. Únicamente un monumento primitivo representa al Niño en el pesebre mientras los magos adoran; en otros Jesús permanece sobre las rodillas de María y bastante crecido (ver Cornely, «Introd. Special in N. T.», p. 203).

Desde Persia, de donde supuestamente vinieron los Magos, hasta Jerusalén había un trayecto de entre 1000 y 1200 millas. En semejante distancia debieron emplear entre tres y doce meses en camello. Además del tiempo del viaje, emplearon probablemente varias semanas de preparación. Los Magos pudieron haber llegado a Jerusalén un año o más después de la aparición de la estrella. San Agustín (De consensu Evang., II, v, 17) opina que la fecha de la Epifanía, el seis de Enero, prueba que los Magos llegaron a Belén trece días después de la Natividad, i. e., después del 25 de Diciembre. Su argumento conforme a las fechas litúrgicas era incorrecto. Ninguna fecha litúrgica es, ciertamente, fecha histórica (Para una explicación de las dificultades cronológicas, ver Cronología Bíblica, Fecha de la Natividad de Jesucristo). En el siglo IV las Iglesias de Oriente celebraban el 6 de Enero como la fiesta del Nacimiento de Cristo, la Adoración de los Magos y el Bautismo de Cristo, mientras que en el Occidente el Nacimiento de Cristo era celebrado el 25 de Diciembre. Esa fecha tardía de la Natividad fue introducida en la Iglesia de Antioquía en tiempos de San Juan Crisóstomo (P. G., XLIX, 351), y todavía más tarde en las Iglesias de Jerusalén y Alejandría.

Que los Magos pensaron que la estrella les dirigía es evidente por las palabras (eidomen gar autou ton astera) que emplea Mateo en 2, 2. ¿Era realmente una estrella? Los racionalistas y los protestantes racionalistas, en sus esfuerzos por evadirse del sobrenatural, elaboraron algunas hipótesis:

i La palabra aster puede significar un cometa; la estrella de los Magos era un cometa.

i La estrella pudo haber sido la conjunción de Júpiter y Saturno (7 a. C.), o de Júpiter y Venus (6 a. C.).

i Los Magos pudieron haber visto una stella nova, una estrella que aumenta de repente en tamaño y brillo y luego disminuye de nuevo.

Estas teorías dejan de lado la explicación de que «la estrella que habían visto en el oriente, estaba delante de ellos hasta que vino a pararse sobre el lugar donde estaba el Niño» (Mateo 2,9). La posición de una estrella fija en el cielo varía al menos un grado cada día. Una estrella no fija pudo moverse delante de los Magos hasta conducirles a Belén; ninguna estrella fija ni ningún cometa pudo haber desaparecido y aparecido ni tampoco pararse. La Estrella de Belén sólo pudo haber sido un fenómeno milagroso, como fue la columna de fuego que permaneció en el campamento durante el Éxodo de Israel (Éxodo 13, 21), o el «resplandor de Dios» que brilló en torno a los pastores (Lucas 2, 9), o «la luz proveniente del cielo» que abatió a Saulo (Hechos 9, 3).

La filosofía de los Magos, aunque errónea, les condujo en su viaje hasta que encontraron a Cristo. La astrología de los Magos postulaba una contrapartida celestial como complemento del hombre terreno y condicionaba por completo la personalidad humana. Su «doble» [los fravashi de los parsis) se desarrollaba junto con cada hombre bueno, unidos los dos hasta la muerte. La aparición repentina de una nueva y brillante estrella sugirió a los Magos el nacimiento de una persona importante. Ellos vinieron a adorarlo -i. e., a conocer la divinidad de este Rey recién nacido (vv. 2, 8, 11). Algunos Padres (San Ireneo, «Adv. Haer.», III, ix, 2; Progem. «in Num.», homil. xiii, 7) pensaron que los Magos vieron en «su estrella» un cumplimiento de la profecía de Balaam: «Una estrella brillará sobre Jacob y un cetro brotará de Israel» (Números 24, 17). Pero en el paralelismo de la profecía, la «Estrella» de Balaam es un gran príncipe, no un cuerpo celeste; no es probable que en virtud de este mensaje profético los Magos siguieran a una estrella especial del firmamento como un signo del Mesías. Además, es probable que los Magos estuvieran familiarizados con las grandes profecías mesiánicas. Muchos judíos no volvieron del exilio con Nehemías. Cuando nació Cristo, había indudablemente población hebrea en Babilonia, y probablemente también en Persia. Por alguna razón, la tradición hebrea sobrevivió en Persia. Por otra parte, Virgilio, Horacio, Tácito (Hist., V, xiii) y Suetonio (Vespas., iv) dan testimonio de que, en tiempos del nacimiento de Cristo, había por todo el Imperio Romano una inquietud y expectación generalizadas de una Edad de Oro y un gran liberador. Podemos admitir sin dificultad que los Magos estaban guiados por tales influencias hebraicas y gentiles para esperar al Mesías que pronto vendría. Pero debió de ser alguna revelación especial divina el motivo por el cual conocieron que «su estrella» significaba el nacimiento de un rey, que ese rey recién nacido era verdadero Dios y que debían seguir «su estrella» hasta el lugar del nacimiento del Dios-Rey (San León, Serm. xxxiv, «In Epiphan.», IV, 3).

La venida de los Magos causó gran conmoción en Jerusalén; todos, incluso el rey Herodes, escucharon su pregunta. Herodes y sus sacerdotes deberían haberse puesto contentos con las noticias, pero estaban tristes. Llama la atención que los sacerdotes mostrasen a los Magos el camino, de lo cual se deduce que no habrían hecho el camino por sí mismos. Los Magos siguieron la estrella unas 6 millas hacia el sur de Belén, «y entrando en la casa [eis ten oikian], encontraron al niño» (v. 11). No hay razón para suponer, con algunos Padres (San Agustín, Serm. cc, «In Epiphan.», I, 2), que el Niño aún estaba en el establo. Los Magos adoraron (prosekynesan) al Niño Dios, y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Dar regalos obedecía a una costumbre oriental. La intención del oro es clara: el Niño era pobre. No conocemos la intención de los otros regalos. Los Magos no pretenden probablemente un significado simbólico. Los Padres han encontrado numerosos y variados significados simbólicos en los tres regalos; no está claro que alguno de estos significados sea inspirado (cf. Knabenbauer, «in Matth.», 1892).

Los Magos escucharon en sueños que no volviesen a Herodes y «volvieron a su país por otro camino» (v. 12). Ese camino pudo haber sido un camino por el Jordán, de tal manera que eludiese Jerusalén y Jericó; o un rodeo hacia el sur a través de Berseba, al este del camino principal (ahora la ruta de la Meca) en el territorio de Moab y allende el Mar Muerto. Se dice que después de su retorno a su patria los Magos fueron bautizados por Santo Tomás y trabajaron mucho para la propagación de la fe en Cristo. La historia es narrada por un escritor arriano no antes del siglo VI, cuya obra está impresa como «Opus imperfectum in Mattheum» entre los escritos de San Juan Crisóstomo (P. G. LVI, 644). Este autor admite que lo ha descrito a partir del apócrifo Libro de Seth, y escribe sobre los Magos algo que es claramente legendario. La catedral de Colonia contiene los que pretenden ser los restos de los Magos; éstos, se dice, fueron descubiertos en Persia, llevados a Constantinopla por Santa Elena, transferidos a Milán en el siglo V y a Colonia en 1163 (Acta SS., I, 323).

Fuente: Enciclopedia Catolica