viernes, 13 de agosto de 2010

El hijo predilecto del padre




Había una vez un padre anciano que tenia varios hijos. El los amaba con todo su corazón, con todas sus fuerzas y con todo su espíritu, pero no en todos los casos era correspondido de igual forma.

Uno de ellos, el más serio, venía religiosamente todos los domingos a la cena modestísima que el padre ofrecía para sus hijos. Siempre era correcto, prolijo y puntual cuando se presentaba a la casa del padre. Pero sus visitas eran más una cuestión de cortesía y buena educación que un momento de intimidad y de llegada profunda al corazón del anciano. En la semana sólo le hacia dos breves llamadas por día una en la mañana y la otra al acostarse. A los ojos del mundo era un buen hijo, pero en lo más hondo del corazón del viejo había pena porque sabía que a pesar de las apariencias su hijo no estaba cercano a él.

El otro, apenas entrado en la juventud y por no estar de acuerdo con los valores que el padre le inculcaba, había abandonado el hogar paterno. A él nadie le iba a decir lo que tenía que hacer, el había decidido seguir sus sentimientos y su criterio, total para eso era un hombre libre. Ningún viejo le iba a decir como vivir su vida. De este poco se sabía, pero en el barrio había comentarios de que no era feliz, que había tenido problemas de adicción y que jamás pudo consolidar una familia y llevaba varios intentos fallidos de ser feliz. El padre, hasta el cansancio, lo había buscado, pero nunca le devolvía las llamadas ni le abría la puerta cuando lo iba a visitar, porque la miseria en la que vivía le daba vergüenza y su orgullo más fuerte en el. Este hijo entristecía los días del padre, pero no perdía las esperanzas y todos los días intentaba reconciliarse con él.

El último… este si que era un caso especial. Desobediente, cuestionador, por momentos era un amor y al rato daban ganas de …. Estaba muy lejos de ser un hijo ideal. Si hasta a veces no venía ni a celebrar los cumpleaños del viejo. A veces pasaban días sin que le llamara al padre para saber como estaba. Eso si, nunca hubo domingo que no estuviera compartiendo la mesa con su anciano padre y el resto de la familia. Era una máquina de hacer macanas al viejo y casi siempre las mismas, pero no tenía ningún problema de pedirle perdón sincero a su padre, el cual una y otra vez lo perdonaba de corazón. Porque cada vez que el padre estaba enfermo él estaba a su lado cuidándolo. Cada vez que se enteraba que estaba solo lo venía a ver, cada vez que al viejo le faltó algo él estuvo a su lado ayudando… y sobre todo cada vez que uno de sus hermanos tenía algún problema podía contar con él.

Como debes suponer el padre amaba mucho a este hijo porque sabía que a pesar de sus errores en el fondo era el que tenía el corazón más grande, porque era el que más amor le daba a él y a sus otros hijos. Era su hijo predilecto.