martes, 26 de mayo de 2009

La Ascensión


Ascensión: misterio anunciado

1. Los símbolos de fe más antiguos ponen después del artículo sobre la resurrección de Cristo, el de su ascensión. A este respecto los textos evangélicos refieren que Jesús resucitado, después de haberse entretenido con sus discípulos durante cuarenta días con varias apariciones y en lugares diversos, se sustrajo plena y definitivamente a las leyes del tiempo y del espacio, para subir al cielo, completando así el “retorno al Padre” iniciado ya con la resurrección de entre los muertos.

En esta catequesis vemos cómo Jesús anunció su ascensión (o regreso al Padre) hablando de ella con la Magdalena y con los discípulos en los días pascuales y en los anteriores a la Pascua.

2. Jesús, cuando encontró a la Magdalena después de la resurrección, le dice “No me toques, que todavía no he subido al Padre; pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20, 17).

Ése mismo anuncio lo dirigió Jesús varias veces a sus discípulos en el período pascual. Lo hizoespecialmente durante la última Cena, “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre..., sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (Jn 13, 1-3). Jesús tenía sin duda en la mente su muerte ya cercana, y sin embargo miraba más allá y pronunciaba aquellas palabras en la perspectiva de su próxima partida, de su regreso al Padre mediante la ascensión al cielo: “Me voy a Aquel que me ha enviado” (Jn16, 5): “Me voy al Padre, y ya no me veréis” (Jn 16, 10). Los discípulos no comprendieron bien, entonces, qué tenía Jesús en mente, tanto menos cuanto que hablaba de forma misteriosa: “Me voy y volveré a vosotros”, e incluso añadía: “Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo” (Jn 14, 28). Tras la resurrección aquellas palabras se hicieron para los discípulos más comprensibles y transparentes, como anuncio de su ascensión al cielo.

3. Si queremos examinar brevemente el contenido de los anuncios transmitidos, podemos ante todo advertir que la ascensión al cielo constituye la etapa final de la peregrinación terrena de Cristo, Hijo de Dios, consustancial al Padre, que se hizo hombre por nuestra salvación. Pero esta última etapa permanece estrechamente conectada con la primera, es decir, con su “descenso del cielo”, ocurrido en la encarnación. Cristo «salido del Padre” (Jn 16, 28) y venido al mundo mediante la encarnación, ahora, tras la conclusión de su misión, «deja el mundo y va al Padre” (cf.Jn 16, 28). Es un modo único de «subida”, como lo fue el del “descenso”. Solamente el que salió del Padre como Cristo lo hizo puede retornar al Padre en el modo de Cristo. Lo pone en evidencia Jesús mismo en el coloquio con Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo” (Jn 3, 13). Sólo Él posee la energía divina y el derecho de “subir al cielo”, nadie más. La humanidad abandonada a sí misma, a sus fuerzas naturales, no tiene acceso a esa “casa del Padre” (Jn 14, 2), a la participación en la vida y en la felicidad de Dios. Sólo Cristo puede abrir al hombre este acceso: Él, el Hijo que “bajó del cielo”, que “salió del Padre” precisamente para esto.

Tenemos aquí un primer resultado de nuestro análisis: la ascensión se integra en el misterio de la Encarnación, que es su momento conclusivo.

4. La ascensión al cielo está, por tanto, estrechamente unida a la “economía de la salvación”, que se expresa en el misterio de la encarnación, y sobre todo, en la muerte redentora de Cristo en la cruz. Precisamente en el coloquio ya citado con Nicodemo, Jesús mismo, refiriéndose a un hecho simbólico y figurativo narrado por el Libro de los Números (21, 4-9), afirma: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto así tiene que ser levantado (es decir crucificado), el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3, 14-15).

Y hacia el final de su ministerio, cerca ya la Pascua, Jesús repitió claramente que era Él el que abriría a la humanidad el acceso a la “casa del Padre” por medio de su cruz: “cuando sea levantado en la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). La “elevación” en la cruz es el signo particular y el anuncio definitivo de otra “elevación”, que tendrá lugar a través de la ascensión al cielo. El Evangelio de Juan vio esta “exaltación” del Redentor ya en el Gólgota. La cruz es el inicio de la ascensión al cielo.

5. Encontramos la misma verdad en la Carta a los Hebreos, donde se lee que Jesucristo, el único Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza, “no penetró en un santuario hecho por mano de hombre,sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro” (Hb9, 24). Y entró “con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna”: “penetró en el santuario una vez para siempre” (Hb 9, 12). Entró como Hijo “el cual, siendo resplandor de su gloria (del Padre) e impronta de su substancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hb 1, 3).

Este texto de la Carta a los Hebreos y el del coloquio con Nicodemo (Jn 3, 13), coinciden en el contenido sustancial, o sea en la afirmación del valor redentor de la ascensión al cielo en el culmen de la economía de la salvación, en conexión con el principio fundamental ya puesto por Jesús:“Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3, 13).

6. Otras palabras de Jesús, pronunciadas en el Cenáculo, se refieren a su muerte, pero en perspectiva de la ascensión: “Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y... adonde yo voy (ahora) vosotros no podéis venir” (Jn 13, 33). Sin embargo dice enseguida: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho, porquevoy a prepararos un lugar” (Jn 14, 2).

Es un discurso dirigido a los Apóstoles, pero que se extiende más allá de su grupo. Jesucristo va al Padre ―a la casa del Padre― para “introducir” a los hombres que sin El no podrían “entrar”. Sólo Él puede abrir su acceso a todos: Él que “bajó del cielo” (Jn 3, 13), que “salió del Padre” (Jn 16, 28) y ahora vuelve al Padre “con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna” (Hb 9, 12). Él mismo afirma: “Yo soy el Camino... nadie ve al Padre sino por mí” (Jn 14, 6).

7. Por esta razón Jesús también añade, la misma tarde de la vigilia de la pasión: “Os conviene que yo me vaya”. Sí, es conveniente, es necesario, es indispensable desde el punto de vista de la eterna economía salvífica. Jesús lo explica hasta el final a los Apóstoles: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7). Si. Cristo debe poner término a su presencia terrena, a la presencia visible del Hijo de Dios hecho hombre, para que pueda permanecer de modo invisible, en virtud del Espíritu de la verdad, del Consolador-Paráclito. Y por ello prometió repetidamente: “Me voy y volveré a vosotros” (Jn 14, 3. 28).

Nos encontramos aquí ante un doble misterio: El de la disposición eterna o predestinación divina, que fija los modos, los tiempos, los ritmos de la historia de la salvación con un designio admirable, pero para nosotros insondable; y el de la presencia de Cristo en el mundo humanomediante el Espíritu Santo, santificador y vivificador: el modo cómo la humanidad del Hijo obra mediante el Espíritu Santo en las almas y en la Iglesia verdad claramente enseñada por Jesús―, permanece envuelto en la niebla luminosa del misterio trinitario y cristológico, y requiere nuestro acto de fe humilde y sabio.

8. La presencia invisible de Cristo se actúa en la Iglesia también de modo sacramental. En el centro de la Iglesia se encuentra la Eucaristía. Cuando Jesús anunció su institución por vez primera, muchos “se escandalizaron” (cf. Jn 6, 61), ya que hablaba de Comer su Cuerpo y beber su Sangre”. Pero fue entonces cuando Jesús reafirmó: “¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?... El Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada” (Jn 6, 61-63).

Jesús habla aquí de su ascensión al cielo: cuando su Cuerpo terreno se entregue a la muerte en la cruz, se manifestará el Espíritu “que da la vida”. Cristo subirá al Padre, para que venga el Espíritu. Y, el día de Pascua, el Espíritu glorificará el Cuerpo de Cristo en la resurrección. El día de Pentecostés el Espíritu sobre la Iglesia para que, renovando sobre la Iglesia para que, renovado en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo, podamos participar en la nueva vida de su Cuerpo glorificado por el Espíritu y de este modo prepararnos para entrar en las “moradas eternas”, donde nuestro Redentor nos ha precedido para prepararnos un lugar en la “casa del Padre” (Jn 14, 2).

Fuente: Audiencia de Juan Pablo II   5/4/89

viernes, 22 de mayo de 2009

Santo Domingo y sus símbolos





Santo Domingo y sus símbolos

Normalmente se representa a los santos con símbolos que son indicativos de sus principales características. Así, por ejemplo, se representa a San Pedro con "las llaves", simbolizando el poder que le concedió el Señor. San Vicente Ferrer es representado por "alas", porque está considerado como el "ángel del Apocalipsis", y así sucesivamente. Santo Domingo de Guzmán está representado frecuentemente con un báculo en su mano derecha, de la que cuelga un guión con el emblema de la Orden de Predicadores junto con el rosario, y un perro con una antorcha encendida. Frecuentemente se añaden una lila blanca en su mano izquierda y una estrella en su frente. Todo ello se refiere a aspectos o sucesos de la vida de Santo Domingo. Veamos su significado.

Santo Domingo de Guzmán está representado frecuentemente con un báculo en su mano derecha, de la que cuelga un guión con el emblema de la Orden de Predicadores junto con el rosario, y un perro con una antorcha encendida. Frecuentemente se añaden una lila blanca en su mano izquierda y una estrella en su frente. Todo ello se refiere a aspectos o sucesos de la vida de Santo Domingo. Veamos su significado.

El Perro

La Leyenda (primera biografía de Santo Domingo) narra una visión que su madre, la Beata Juana de Aza, tuvo antes de que Santo Domingo naciera. Soñó que un perrito salía de su vientre con una antorcha encendida en su boca. Incapaz de comprender el significado de su sueño, decidió buscar la intercesión de Santo Domingo de Silos, fundador de un famoso monasterio Benedictino de las cercanías. Hizo una peregrinación al monasterio para pedir al Santo que le explicara el sueño. Allí comprendió que su hijo iba a encender el fuego de Jesucristo en el mundo por medio de la predicación. En agradecimiento, puso a su hijo por nombre Domingo, como el santo de Silos. Es un nombre muy apropiado, por cuanto Domingo viene del Latín Dominicus, que significa "del Señor". De Dominicus (Domingo) viene Dominicanus (Dominico, que es el nombre de la Orden de Santo Domingo). No obstante, utilizando un juego de palabras, se dice que Dominicanus es un compuesto de Dominus (Señor) y canis (perro), significando "el perro del Señor" o el vigilante de la viña del Señor)

En su carta Domingo del 4 de Febrero de 1221 a todos los obispos de la Iglesia recomendando la Orden de Santo, el Papa Honorio III dijo que Domingo y sus seguidores habían sido "nombrados para la evangelización del mundo entero". Y en otra carta, esta vez dirigida a Domingo (18 de Enero de 1221), el Papa les llamaba pugiles fidei (caballeros de la fe, defendiéndola contra todo el que se oponga a ella). Esto es lo que Domingo hizo durante toda su vida, defender la fe con el ejemplo de su vida y con su predicación incesante contra los herejes del Languedoc en el sur de Francia, y con su deseo de ser misionero entre los no-cristianos.

La Estrella

Se nos dice en la misma Leyenda que durante el bautismo de Domingo apareció una estrella sobre su frente. Por medio de su vida y predicación, Domingo fue como un faro guiando almas hacia Cristo. Desde sus años de estudiante en Palencia, España, donde vendió sus valiosos libros para conseguir dinero para ayudar a los pobres que estaban sufriendo por una gran sequía, y donde llegó a ofrecerse él mismo a ser vendido como esclavo para redimir a cristianos cautivos por los Moros, a aquella noche, en un viaje a Dinamarca, que pasó en conversación con el hospedero hereje, atrayéndole por fin otra vez a la fe verdadera, a su etapa en el Languedoc, donde pasó los mejores años de su vida, hasta su enseñanza y predicación, hasta la fundación de su Orden, Santo Domingo fue siempre una estrella brillante que atrajo almas perdidas a Cristo.

La Lila Blanca

En mis lecturas he encontrado una bellísima descripción de la lila que me gustaría compartir con vosotros:

La pureza es comparada con la lila blanca de los campos. ¡Cuántas veces han descansado tus ojos en su blanco cáliz, deleitándote con su dulce aroma! Hay tres cosas que distinguen a esta preciosa flor de las demás. La lila se yergue como una princesa; su limpia corola celosamente tiende a abrirse solo a los ojos del sol brillante y las estrellas, luchando por distanciarse de la sórdida tierra para elevar toda su fragancia a los cielos. La lila es extremadamente sensible. Una mota de polvo es suficiente para ensuciar su blancura, y esto es precisamente lo que la convierte en inimaginablemente bella. La lila expide un aroma tan delicado y encantador que perfuma todo lo que está a su alrededor. ¡Así es el perfume de un alma pura!

Bellísimo, ¿verdad? Sin embargo lamento tener que decir que no puedo indicar la fuente de esta cita.

El amor por la pureza de Domingo fue tan perfecto que en su lecho de muerte, al hacer una

Confesión pública en frente de sus hermanos, pudo decir: "Gracias a Dios, cuya misericordia me ha conservado en perfecta virginidad hasta este día; si deseáis guardar la castidad, evitad todas las conversaciones peligrosas y vigilad vuestros corazones". Y entonces, sintiendo remordimiento, dijo a Fray Ventura, Prior de Bolonia: "Padre, temo que he pecado hablando de esta gracia delante de los hermanos". La pureza de su alma y el deseo de que sus hijos le imitasen le llevaron a hacer esa revelación.

La Cruz, el Estandarte, el Rosario

La Cruz de dos brazos (llamada "patriarcal") es un símbolo de los fundadores de grandes familias religiosas ("patriarcas") o de importantes comunidades cristianas que han dado origen a otras muchas. Se usa para Santo Domingo porque él fue el primero en sacar al monje del monasterio a la ciudad, convirtiéndole en apóstol: un religioso sin dejar de ser un monje. Otras órdenes fueron fundadas inmediatamente después de los Dominicos o casi simultáneamente, como los Franciscanos, y todos siguieron la misma pauta. Fue mucho después, en el siglo XVI, cuando aparecieron las Congregaciones dedicadas al trabajo apostólico, pero sin observancias monásticas.

El Estandarte con el emblema Dominicano es el "escudo de armas" de Santo Domingo. Blanco y negro: pureza y penitencia, muerte y resurrección, combinando el ideal Dominicano de mortificación y alegría, renuncia al mundo y posesión de Cristo.

En cuanto al Rosario, la explicación es obvia. Santo Domingo fue el fundador del Rosario, un regalo de María para ayudarle en su trabajo para la conversión del mundo.

Otros Dos Símbolos: Un Libro y una Iglesia

En algunas representaciones, Santo Domingo sostiene un libro en su mano derecha. El libro representa la Biblia, que era la fuente de la predicación y espiritualidad de Domingo. Era conocido como el Maestro Domingo por el grado académico que obtuvo en la universidad de Palencia, España. Sus contemporáneos nos dicen que en sus viajes por Europa siempre llevaba consigo el Evangelio de San Mateo y las Cartas de San Pablo. Esto hace referencia a la visión que tuvo en una de sus noches de vigilia. Mientras Domingo oraba, los Santos Pedro y Pablo se le aparecieron. San Pedro llevaba consigo el Evangelio, y Pablo sus Cartas, con este mensaje: "Ve y predica, porque has sido llamado para este ministerio". Esta visión le reafirmó en su vocación de continuar siendo un "Predicador Itinerante", no solo en el sur de Francia sino también en todo el mundo por medio de su Orden, la "Orden de Predicadores".

A veces, sobre el libro hay una iglesia. Esta iglesia representa la Basílica Laterana, la "Madre Iglesia" universal.

Santo Domingo tuvo que enfrentarse con muchos obstáculos legales para que el Papa aprobara su nueva Orden. De acuerdo con la leyenda, el Papa Inocencio III, Santo Domingo y San Francisco tuvieron un sueño. Cada uno de ellos vio que la Basílica Laterana estaba comenzando a derrumbarse, y a dos frailes, uno en hábito blanco y el otro en un hábito marrón, colocándose ellos mismos como columnas para evitar el colapso total. Domingo se reconoció a sí mismo como el fraile del hábito blanco, pero no sabía quién era el otro fraile. De igual modo, Francisco de Asís se reconoció a sí mismo como el fraile del hábito marrón, pero desconocía quién era el del hábito blanco. Para Inocencio III el sueño era un rompecabezas y un misterio. El día siguiente, cuando Domingo iba a ver al Papa sobre la aprobación de su Orden, se encontró a un fraile joven vestido con un hábito marrón. Mirándose mutuamente, cada uno reconoció al otro como el compañero que ayudaba a soportar la Basílica Laterana, y se abrazaron en medio de la calle. Después fueron juntos a ver al Papa, y éste comprendió inmediatamente el significado de su sueño: "Las Órdenes de estos dos gran hombres serán como columnas que salvarán a la Iglesia de su destrucción".

Fuente:http://www.dominicos.org/domingo/dominicana0.htm

miércoles, 20 de mayo de 2009

Puedes elegir...


Conversando esta mañana con mí hija me manifestaba que había unas amiguitas de ella estaban fascinadas por la llegada a la ciudad de una banda americana de música muy moderna. Estas jovencitas no solo iban a ir al recital (bastante oneroso por cierto) sino que además habían ya confeccionado una serie de artefactos (vinchas, carteles y otras cosas) para manifestarse frente a sus ídolos...

 

El comentario vino en el contexto de que anoche mi pequeña participó de una excelente interpretación en el Convento de Santo Domingo de la obra Oda a Santa Cecilia, de Georg Friedrich Händel

 

Este simple hecho me hizo reflexionar sobre el enorme regalo que Dios nos hace cotidianamente…

 

La posibilidad de elegir, el libre albedrío es sin duda un regalo tan inconmensurable como olvidado. Muchas veces nos preguntamos que habrán hecho aquellas personas a las cuales admiramos, para estar donde están, ya sea intelectual, espiritual o humanamente. Y la respuesta evidente es saber elegir.

 

Todos los días nos vemos en la necesidad de escoger como ir construyendo nuestro futuro…

 

Podemos elegir desde la comida que ingerimos, sana y casera hasta chatarra y peligrosa para nuestro organismo.

Lo que leemos, desde prensa amarilla y obscenidades, hasta la más alta poesía o los escritos más elevados que nos hayan compartido los filósofos y pensadores.

Podemos elegir vivir aislados e inseguros o compartiendo y comprometiéndonos con nuestro futuro.

Podemos elegir entre tener dinero y cosas materiales o bien invertir nuestro tiempo en ser mejores personas.

Podemos elegir nuestros amigos por lo que tienen o mejor aún por lo que son.

Podemos elegir la pobreza digna o vender nuestro cuerpo, nuestra vida y nuestros ideales al mejor postor.

Podemos elegir vivir con quien amamos, aunque sea en la mayor humildad o vivir con un proveedor/a excelente, que te llena de cosas, aunque no sintamos una pizca de amor por esa persona.

Podemos elegir ser activistas y llenarnos de cosas que hacer o podemos contemplar la creación y potenciar nuestro ser.

Podemos ser agnósticos o ateos y resistirnos a Dios o ser creyentes y dejarnos amar por El.

Puedes elegir cualquier camino, el que te agrade, el que se antoje, al fin y al cabo es tu vida. Pero cuidado con la elección que hagas pues vida terrenal tienes una sola.

martes, 19 de mayo de 2009

En la esperanza fuimos salvados: el ejemplo de Santa Josefina Bakhita.




El ejemplo de una santa de nuestro tiempo puede en cierta medida ayudarnos a entender lo que significa encontrar por primera vez y realmente a este Dios. Me refiero a la africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II. Nació aproximadamente en 1869 –ni ella misma sabía la fecha exacta– en Darfur, Sudán. Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto de su vida. Por fin, en 1882 fue comprada por un mercader italiano para el cónsul italiano Callisto Legnani que, ante el avance de los mahdistas, volvió a Italia. Aquí, después de los terribles « dueños » de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un « dueño » totalmente diferente –que llamó « paron » en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un « Paron » por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el « Paron » supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba « a la derecha de Dios Padre ». En este momento tuvo « esperanza »; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue « redimida », ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios. Así, cuando se quiso devolverla a Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su « Paron ». El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia. El 8 de diciembre de 1896 hizo los votos en Verona, en la Congregación de las hermanas Canosianas, y desde entonces –junto con sus labores en la sacristía y en la portería del claustro– intentó sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había « redimido » no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos.
Fuente: Encíclica Spe Salvi.

Leer Spe Salvi



viernes, 15 de mayo de 2009

Dios vomita a los tibios



¿Todo te da lo mismo?

¿Te da lo mismo ser creyente y comprometido que no serlo?

¿Sos de los que aseguran que todo depende del punto de vista y que hay que dejar que cada uno viva su vida como le de la gana?

¿Tu vida es una eterna carrera hacia el hacer y el tener?

¿Sos coherente entre tu fe y tu vida?

¿Siempre estas ocupado o cansado para hacer caridad?

¿Sos testigo de la esperanza entre los que te conocen?

¿Sos testimonio de vida y amor en todos tus ámbitos? ¿Los que te conocen pueden decir que sos cristiano por tu forma de vida?

Te invito a meditar esta frase que dice el Señor en el Apocalipsis...

"Pero porque eres tibio y no frío o caliente, voy a vomitarte de mi boca."
Apoc. 3,16


lunes, 11 de mayo de 2009

San Ignacio de Loyola: Contemplativo en la Acción



Ignacio de Loyola (1491-1521) se llamaba Iñigo López de Loyola. Fue el último hijo de una numerosa familia de nobleza menor. Cuando tenía 17 años se incorporó en Arévalo (Ávila) a la familia del contador mayor (ministro de Hacienda) de los reyes, Juan Velásquez de Cuellar. Allí permaneció unos diez años hasta que pasó a trabajar para el Duque de Nájera, virrey de Navarra, junto al cual Iñigo se asentó como gentilhombre de corte. Durante su servicio tomó parte en la defensa de Pamplona al ser atacada (1521) por el ejército francés y fue herido por una bala que le rompió una pierna y le lesionó otra. 

Conversión y peregrinaciones (1521-1524) 
Durante su convalecencia en su castillo de Loyola leyó numerosos libros religiosos y esta lectura le provocó una lucha interior que le abrió a su conversión. Decidió romper con su vida pasada y empezar una nueva. 
Salió de Loyola en 1522 con el plan de dirigirse a Barcelona y de allí a Roma. Se detuvo en el santuario mariano de Aránzazu y en Montserrat, donde se preparó por un tiempo a una confesión general que duró tres días. El 25 de marzo de ese año se desvió al pueblo de Manresa y su estancia se prolongó once meces que se pueden dividir en tres períodos: el primero, de calma en un mismo estado interior; el segundo, de terribles luchas interiores, dudas y escrúpulos acerca de sus confesiones pasadas; el tercero, de consolaciones e ilustraciones divinas. Lo que allí vio, probablemente fue el nuevo rumbo que había de imprimir a su vida: cambiar el ideal del peregrino solitario por el de trabajar en bien de las almas, con compañeros que quisiesen seguirle en la empresa. En este tiempo de Manresa hizo los Ejercicios Epirituales que practicó antes de escribirlos. 
En abril de 1523 peregrinó a Tierra Santa, que estaba bajo el dominio de Solimán el Magnífico. 

Estudios y fundación de la Compañía de Jesús (1524-1540) 
Impedido de permanecer en ella, comienza su tardía pero larga vocación de estudiante, que lo llevará a Barcelona, Alcalá de Henares, Salamanca y París. En torno a él se forma en la universidad de París un grupo de 7 compañeros que hacen voto de trasladarse a Palestina para ser allí misioneros, o, si no lo lograban al cabo de un año, ponerse a las órdenes del Papa (voto de Montmartre, 1534). Ordenados sacerdotes en Venecia, mientras aguardan inútilmente la oportunidad de trasladarse a Tierra Santa, se ponen a las órdenes del Papa Paulo III, el cual en 1540 aprueba la Compañía de Jesús. En 1541 se redactó un proyecto de Constituciones y el 8 de abril de ese año se elige como primer General a Ignacio. 

Actividad en Roma como General (1540-1556) 
En su actividad durante el generalato, además de su apostolado directo en la ciudad de Roma, se dedica a escribir las Constituciones de la Compañía. Cabe destacar la expansión de la Compañía de Jesús por varios países de Europa, el Brasil y el lejano Oriente, el celo por la defensa de la fe en los países amenazados por el protestantismo y sus relaciones con los orientales. El número de los jesuitas a la muerte de Ignacio giraba en torno al millar. Ignacio dio a la Compañía de Jesús una orientación netamente misionera. En los quince años de su gobierno logró darle una organización ejemplar, infundirle un espíritu y abrirle las puertas hacia un apostolado universal. 
Ignacio fue, a un mismo tiempo, un incansable hombre de acción y un ferviente contemplativo. Su más noble ideal fue promover la mayor gloria de Dios por todos los medios a su alcance, “fue un contemplativo en la acción”. 
Murió en la madrugada del 31 de julio de 1556. Está enterrado en la iglesia del Gesù de Roma. Beatificado el 27 de julio de 1609, fue canonizado por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, junto a Francisco Javier, Teresa de Jesús, Isidro Labrador y Felipe Neri. Pío XI le nombró (1922) patrono de todos los Ejercicios Espirituales y de las obras que los promueven. 

Fuente: Jesuitas de Castilla

jueves, 7 de mayo de 2009

Preparate para las pruebas



En estos tiempos donde las sorpresas desagradables nos bombardean cotidianamente, es prudente escuchar las recomendaciones de nuestros Padres de la Iglesia. Leamos y rumiemos este breve texto de San Agustín...

Ya habéis oído lo que los malos pastores aman. Ved ahora lo que descuidan. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas, es decir, a las que sufren; no recogéis a las descarriadas, ni buscáis a las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes, destrozándolas y llevándolas a la muerte. Decir que una oveja ha enfermado quiere significar que su corazón es débil, de tal manera que puede ceder ante las tentaciones en cuanto sobrevengan y la sorprendan desprevenida.

El pastor negligente, cuando recibe en la fe a alguna de estas ovejas débiles, no le dice: Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente. Porque quien dice tales cosas, ya está confortando al débil, ya está fortaleciéndole, de forma que, al abrazar la fe, dejará de esperar en las prosperidades de este siglo. Ya que, si se le induce a esperar en la prosperidad, esta misma prosperidad será la que le corrompa; y, cuando sobrevengan las adversidades, lo derribarán y hasta acabarán con él.

Así, pues, el que de esa manera lo edifica, no lo edifica sobre piedra, sino sobre arena. Y la roca era Cristo. Los cristianos tienen que imitar los sufrimientos de Cristo, y no tratar de alcanzar los placeres. Se conforta a un pusilánime cuando se le dice: «Aguarda las tentaciones de este siglo, que de todas ellas te librará el Señor, si tu corazón no se aparta lejos de él. Porque precisamente para fortalecer tu corazón vino él a sufrir, vino él a morir, a ser escupido y coronado de espinas, a escuchar oprobios, a ser, por último, clavado en una cruz. Todo esto lo hizo él por ti, mientras que tú no has sido capaz de hacer nada, no ya por él, sino por ti mismo».

¿Y cómo definir a los que, por temor de escandalizar a aquellos a los que se dirigen, no sólo no los preparan para las tentaciones inminentes, sino que incluso les prometen la felicidad en este mundo, siendo así que Dios mismo no la prometió? Dios predice al mismo mundo que vendrán sobre él trabajos y más trabajos hasta el final, ¿y quieres tú que el cristiano se vea libre de ellos? Precisamente por ser cristiano tendrá que pasar más trabajos en este mundo.

Lo dice el Apóstol: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido. Y tú, pastor que tratas de buscar tu interés en vez del de Cristo, por más que aquél diga: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido, tú insistes en decir: «Si vives piadosamente en Cristo, abundarás en toda clase de bienes. Y, si no tienes hijos, los engendrarás y sacarás adelante a todos, y ninguno se te morirá». ¿Es ésta tu manera de edificar? Mira lo que haces, y dónde construyes. Aquel a quien tú levantas está sobre arena. Cuando vengan las lluvias y los aguaceros, cuando sople el viento, harán fuerza sobre su casa, se derrumbará, y su ruina será total.

Sácalo de la arena, ponlo sobre la roca; aquel que tú deseas que sea cristiano, que se apoye en Cristo. Que piense en los inmerecidos tormentos de Cristo, que piense en Cristo, pagando sin pecado lo que otros cometieron, que escuche la Escritura que le dice: El Señor castiga a sus hijos preferidos. Que se prepare a ser castigado, o que renuncie a ser hijo preferido.

Fuente: San Agustin. Del sermon sobre los pastores 46,10-11.