lunes, 23 de noviembre de 2009

El problema de las injusticias sociales




Muchas veces escuchamos que la Iglesia no se debe meter en política, que los curas se deben preocupar solo de rezar, que no se metan donde no deban, etc. Seguramente quienes así opinan ni han leido el Evangelio, ni conocen a Cristo, ni han leido la clarisima posición de la Iglesia en relación a la Doctrina Social.

En la medida que hay más violencia y poco o nada de justicia, se tiende a demonizar a los pobres. Ni todos los pobres viven en las villas miseria, pues hay miles que viven en casas y departamentos de la otrora clase media y ahora no tienen ni para comer. Ni todos los que viven en las villas son delincuentes. Hay miles de personas que día a día se ganan honradamente su pan trabajando y que de noche al volver a sus casas tienen el mismo miedo que vos de sufrir un asalto o un daño.

Hay que separar de una vez por todas los conceptos: no todos los hermanos que viven en las villas son delincuentes o drogadictos. Eso hay que entenderlo: pobre y delincuente no son sinónimos. Más bien antónimos pues es pobre entre otras cosas porque no delinque para tener.

Vamos a desarrollar en el Adviento, tiempo de espera de la venida del Verbo Encarnado, este tema complicado pero necesario.

Comparto con Ustedes la primera entrega de varias que nos darán luz en tan delicado tema.

La doctrina social es parte integrante del ministerio de evangelización de la Iglesia. Todo lo que atañe a la comunidad de los hombres —situaciones y problemas relacionados con la justicia, la liberación, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz—, no es ajeno a la evangelización; ésta no sería completa si no tuviese en cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre. Entre evangelización y promoción humana existen vínculos profundos: « Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia, que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? ».

La doctrina social « tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización » y se desarrolla en el encuentro siempre renovado entre el mensaje evangélico y la historia humana. Por eso, esta doctrina es un camino peculiar para el ejercicio del ministerio de la Palabra y de la función profética de la Iglesia. « En efecto, para la Iglesia enseñar y difundir la doctrina social pertenece a su misión evangelizadora y forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta doctrina expone sus consecuencias directas en la vida de la sociedad y encuadra incluso el trabajo cotidiano y las luchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador ». No estamos en presencia de un interés o de una acción marginal, que se añade a la misión de la Iglesia, sino en el corazón mismo de su ministerialidad: con la doctrina social, la Iglesia « anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo ». Es éste un ministerio que procede, no sólo del anuncio, sino también del testimonio.

La Iglesia no se hace cargo de la vida en sociedad bajo todos sus aspectos, sino con su competencia propia, que es la del anuncio de Cristo Redentor: « La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina ». Esto quiere decir que la Iglesia, con su doctrina social, no entra en cuestiones técnicas y no instituye ni propone sistemas o modelos de organización social: ello no corresponde a la misión que Cristo le ha confiado. La Iglesia tiene la competencia que le viene del Evangelio: del mensaje de liberación del hombre anunciado y testimoniado por el Hijo de Dios hecho hombre.

Fuente: Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.


lunes, 16 de noviembre de 2009

¿Matrimonios Gays? Imposible




Las palabras tienen un sentido en si mismo desde siempre, tanto etimológicamente como lógicamente corresponden a un concepto y aunque se intente por ignorancia o conveniencia tergiversarlo, las palabras (al igual que las cosas) son lo que son.

Vemos lo que dice el catecismo en el punto 1601: "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados".

De un tiempo a esta parte se quiere cambiar el sentido de las cosas, de las palabras y de la vida, para relativizar todo, para destruir lo que llevó miles de años construir y para justificar lo grotesco, lo pecaminoso y lo vulgar.

Hay un intento permanente de parte de personas sin valores cristianos, concretamente de ateos progresistas de desfigurar y ridiculizar los valores eternos: familia, vida, patria, instituciones, iglesia. Están convencidos de que llevando a las masas a un nivel de infravida intelectual van a salirse con la suya: despersonalizar al ser humano y todo lo sagrado que representa.

La última de las ignominias que se acaba de adjudicar, el ya poco confiable sistema judicial, es el darle derecho a homosexuales de contraer "matrimonio", contradiciendo abiertamente la moral, la naturaleza y el sentido común. Es como darle derecho a una piedra a caminar o a un árbol a hablar, es contrario a la naturaleza. Por más derecho que se les de y promulguen leyes o edictos: ni las piedras bailan ni los arboles hacen poesía...

Es tamaña la ignorancia de esta gente, que pretende dar un derecho que atenta contra la naturaleza. Si analizamos la palabra MATRIMONIO y vemos su origen en el Derecho Romano, desde donde deriva, veremos que es el derecho que adquiere una mujer de poder ser madre legalmente: MATRI-MONIUM. Ni más, ni menos. Un acto reservado a varón y mujer. No antojadizo.

Por más que de ahora en adelante los jueces quisieran llamarle a un temporal de lluvia y granizo "buen tiempo" la naturaleza y el sentido común nos reservan ese concepto para un día soleado.

La única esperanza, es que ya hay antecedentes históricos de este tipo de acciones que atentan contra la razón y la moral. Calígula, en su máximo poder imperial, nombró Cónsul de Bitinia a Incitatus, su caballo de carreras. Y por más que le construyó un pesebre de mármol y le puso más de una docena de esclavos, el caballo nunca pudo ejercer su función pública. Porque muy en el fondo de si mismo, seguía siendo un caballo.

Marcelo Arrabal

viernes, 13 de noviembre de 2009

Somos hermanos, queremos ser Nación


I. 1. En el mes de noviembre del 2008, en el Documento “Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad” (HB), delineamos la necesidad de recorrer un camino basado en el diálogo y en la búsqueda de consensos y acuerdos que confluyeran en algunas políticas públicas, base de un verdadero proyecto de Nación.
2. Ese Documento es fruto de nuestra experiencia pastoral, que nos muestra que en el pueblo existen hondos deseos de vivir en paz y en una convivencia basada en el entendimiento, la justicia y la reconciliación.
3. En este tiempo, sin embargo, percibimos un clima social alejado de esas sanas aspiraciones de nuestro pueblo. La violencia verbal y física en el trato político y entre los diversos actores sociales, la falta de respeto a las personas e instituciones, el crecimiento de la conflictividad social, la descalificación de quienes piensan distinto, limitando así la libertad de expresión, son actitudes que debilitan fuertemente la paz y el tejido social.
4. También nos preocupa la crueldad y el desprecio por la vida en la violencia delictiva, frecuentemente vinculada al consumo de drogas, que no sólo causan dolor y muerte en muchas familias sino también pone a los jóvenes en el riesgo de perder el sentido de la existencia.
5. La situación de pobreza es dramática para muchos hermanos nuestros. Aunque ya se han definido algunos caminos de ayuda y asistencia para las necesidades más urgentes, se hace necesario alcanzar estructuras más justas que consoliden un orden social, político y económico, con equidad e inclusión.
6. Muchas veces no se encuentran fácilmente los medios para atender y canalizar las necesidades legítimas de los distintos sectores, pero siempre se debe tener en cuenta que la democracia no se fortalece en la conflictividad de las calles y rutas, sino en la vigencia de las Instituciones republicanas.

II. 7. Nuestra mirada sería incompleta si no señaláramos como raíz del problema la crisis cultural, moral y religiosa en que estamos inmersos.
8. La cultura relativista imperante, al tiempo que corroe el sentido de la verdad, acentúa también el individualismo que lleva al encierro y la indolencia frente al sufrimiento del hermano y a un progresivo acostumbramiento y resignación ante la pobreza y exclusión de muchos. Por otro lado, el consumismo exacerbado de unos pocos expresa la prevalencia de actitudes narcisistas y egoístas en la sociedad.
9. Es una crisis moral porque se han debilitado valores fundamentales de la convivencia familiar y social. La voluntad no se mueve tanto para el servicio y la solidaridad sino tras lo placentero del momento. La deuda social no es solamente “un problema económico o estadístico. Es, primariamente, un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial”. (HB5)
10. Es una crisis religiosa porque no hemos tenido suficientemente en cuenta a Dios como Creador y Padre, fundamento de verdadera fraternidad y de toda razón y justicia. Sin Dios estamos como huérfanos y la sombra del desamparo se expande sobre los que están a la intemperie social.

III. 11. Ante la situación descripta, nos preguntamos: ¿Por qué no hemos sabido concretar en la Argentina los sanos deseos de nuestro pueblo? La vida en democracia requiere ser animada por valores permanentes, y fundamentarse en:
• El respeto a la Constitución Nacional y las Leyes.
• La autonomía de los Poderes del Estado como principio fundamental de la República, y la vigencia de las Instituciones.
• El bien personal y sectorial deben armonizarse con la búsqueda del bien común, y siempre teniendo particularmente en cuenta a los más pobres.
12. Tal como lo afirmamos en noviembre del año pasado, renovamos el llamado a comprometernos hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad (2010-2016), sin pobreza ni exclusión, sin enemistades ni violencias. Reafirmamos que “nuestra patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad, como un regalo que debemos cuidar y perfeccionar” (HB11). En ella todos somos corresponsables de la construcción del bien común y creceremos sanamente como Nación si afianzamos juntos nuestra identidad.
13. El próximo 10 de diciembre asumirán legisladores y otros representantes que han sido electos durante este año. Invitamos a nuestros fieles a que recemos en cada Parroquia y Capilla en las Misas del sábado 5 y domingo 6 de diciembre, por ellos y por todos los que tienen alguna responsabilidad pública.
14. Renovando nuestra esperanza en Jesucristo Señor de la Historia, pedimos a la Virgen de Luján nos ayude a seguir construyendo una Patria de hermanos.


Pilar, 13 de noviembre de 2009

lunes, 2 de noviembre de 2009

¿Qué podemos hacer para defender nuestra vida y la de nuestras familias?




En los tiempos que vivimos donde la gente honesta es arrasada por los delincuentes, que protegidos por leyes absurdas, como la que un asesino menor de edad no puede ser enjuiciado e ir a la cárcel y prácticas inmorales como liberar casi inmediatamente a quien fue sorprendido en delito grave o detenido después de una investigación policial.

Estamos en los tiempos donde los derechos de los antisociales pesan muchísimo más que el sentido común y el sagrado derecho a la legítima defensa. El país se ha transformado en una verdadera cacería donde la gente de bien es atacada sistemáticamente en todos sus derechos:

- el de la vida

- el de la seguridad en sus hogares y en sus barrios

- el de juicio justo (si a Usted un menor le mato un familiar, pronto lo verá en la calle riéndose de su dolor)

- el del trabajo como fuente de santificación de la vida. Hoy un piquetero, sumando todas las dádivas y planes que les canjea el gobierno mensualmente por votos en las próximas elecciones, gana más que un joven profesional con años de levantarse temprano para ir a estudiar, fines de semana enteros sin salir para honrar sus compromisos estudiantiles y sacrificio enorme de sus padres para costear la carrera

- el del libre tránsito, nuestro país está sitiado literalmente por grupos de antisociales que exigen planes sociales para liberar el paso, que la constitución garantiza (lo cual es una farsa)

- el del estudio, en la mayoría de las universidades y escuelas públicas cuando un grupo decide hacer un paro, una sentada o cualquier otra actividad usan la violencia para reprimir a las personas que optaron por seguir estudiando

- el de la propiedad privada, miles de personas son violentadas diariamente por ladrones, que en la mayoría de los casos ciegos por el resentimiento social, el alcohol y la droga, cuando encuentran poco el botín o les parece que hubo un atisbo de resistencia te balean o acuchillan sin el menor pudor.

Entonces ¿qué podemos hacer para defender nuestra vida y la de nuestras familias?

Repasemos lo que opina nuestra Madre la Iglesia, respecto de la Legítima Defensa, tan olvidada hoy por la mayoría de los ciudadanos. El Catecismo nos dice claramente:

2263 La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario. ‘La acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor... solamente es querido el uno; el otro, no’ (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 64, 7).

2264 El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal:

Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción sería lícita... y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada a fin de evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 64, 7).

2265 La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la sociedad.”

2266 La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en estado de no poder causar perjuicio. Por este motivo la enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte. Por motivos análogos quienes poseen la autoridad tienen el derecho de rechazar por medio de las armas a los agresores de la sociedad que tienen a su cargo.

Las penas tienen como primer efecto el de compensar el desorden introducido por la falta. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, tiene un valor de expiación. La pena tiene como efecto, además, preservar el orden público y la seguridad de las personas. Finalmente, tiene también un valor medicinal, puesto que debe, en la medida de lo posible, contribuir a la enmienda del culpable (cf Lc 23, 40-43).

2267 Si los medios incruentos bastan para defender las vidas humanas contra el agresor y para proteger de él el orden público y la seguridad de las personas, en tal caso la autoridad se limitará a emplear sólo esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.

Estemos atentos a los lobos disfrazados con pieles de ovejas, que usan la justicia solo para beneficio personal y no para garantizar los derechos de los inocentes.

En estos momentos de gran violencia y donde todo parece derrumbarse, debemos hacer uso de nuestra inteligencia, de nuestra tradición y refugiarnos no en la ley imperante que es unilateral, injusta e inmoral, sino mejor en la ley natural y la ley divina de la cual es guardiana nuestra fe católica.