viernes, 13 de febrero de 2009

Misioneros: privilegiados del Amor, al servicio de la Iglesia.



A pocas horas de comenzar nuestra misión anual, me gustaría compartir con Ustedes algunas de las sensaciones y pensamientos que me embargan el alma.

Es muy dificil entender porque el Señor, pone en nuestras manos semejante tarea. 

Todas nuestras limitaciones, nuestras miserias, nuestros pecados nos hacen hasta dudar de que sea lo correcto comprometerse con semejante encargo.

Si nos ponemos a analizar detalladamente nuestras reales capacidades, saldriamos corriendo porque desde ya nos sabemos totalmente indignos, incompetentes  y pobres para semejante misión: llevar la Buena Noticia de Jesús a los hombres.

Sin embargo, si rezamos la situación y la ponemos en Sus Manos, entendemos que el solo hecho de ser portadores de semejante Noticia, nos dignifica, nos enriquece y nos potencia a lo mejor de nosotros mismos. No por méritos propios sino por méritos exclusivos de Nuestro Señor y Maestro.

Desde esta perspectiva la visión cambia. Es tan grande, tan santa y tan seria la misión encomendada que nos impregna en cada momento de nuestra vida, se nos pega a la piel, a nuestra alma, a nuestro ser. Como un perfume agradable, nos envuelve, en cierta medida nos transforma.

Es tanto el privilegio, no ganado sino absolutamente gratuito que nos da nuestro Padre, cuando misionamos, que cuesta salir del asombro y nos hace poner todas las ganas, todas nuestras fuerzas (nuestros talentos, pocos o muchos) al servicio de la Iglesia.

Por eso cuando estamos misionando tenemos una chance que no todos han recibido, tenemos la oportunidad concreta de ser Testigos del Amor entre los hombres y a su vez encontrarlo a El en cada persona que encontremos en el camino.

Nuestro principal desafío es llevar a nuestra vida cotidiana, al día a día, ese espíritu misionero.

Para ser Testigos de El 365 días por año, durante toda nuestra vida.

Bendito seas Señor, por habernos llamado a tan grande tarea, a pesar de todas nuestras limitaciones.
Bendito seas Señor, por permitirnos ser tus mensajeros.
Bendito seas Señor, por llamarnos amigos.
Bendito seas Señor, por quedarte con nosotros.
Bendito seas Señor.

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