lunes, 2 de noviembre de 2009

¿Qué podemos hacer para defender nuestra vida y la de nuestras familias?




En los tiempos que vivimos donde la gente honesta es arrasada por los delincuentes, que protegidos por leyes absurdas, como la que un asesino menor de edad no puede ser enjuiciado e ir a la cárcel y prácticas inmorales como liberar casi inmediatamente a quien fue sorprendido en delito grave o detenido después de una investigación policial.

Estamos en los tiempos donde los derechos de los antisociales pesan muchísimo más que el sentido común y el sagrado derecho a la legítima defensa. El país se ha transformado en una verdadera cacería donde la gente de bien es atacada sistemáticamente en todos sus derechos:

- el de la vida

- el de la seguridad en sus hogares y en sus barrios

- el de juicio justo (si a Usted un menor le mato un familiar, pronto lo verá en la calle riéndose de su dolor)

- el del trabajo como fuente de santificación de la vida. Hoy un piquetero, sumando todas las dádivas y planes que les canjea el gobierno mensualmente por votos en las próximas elecciones, gana más que un joven profesional con años de levantarse temprano para ir a estudiar, fines de semana enteros sin salir para honrar sus compromisos estudiantiles y sacrificio enorme de sus padres para costear la carrera

- el del libre tránsito, nuestro país está sitiado literalmente por grupos de antisociales que exigen planes sociales para liberar el paso, que la constitución garantiza (lo cual es una farsa)

- el del estudio, en la mayoría de las universidades y escuelas públicas cuando un grupo decide hacer un paro, una sentada o cualquier otra actividad usan la violencia para reprimir a las personas que optaron por seguir estudiando

- el de la propiedad privada, miles de personas son violentadas diariamente por ladrones, que en la mayoría de los casos ciegos por el resentimiento social, el alcohol y la droga, cuando encuentran poco el botín o les parece que hubo un atisbo de resistencia te balean o acuchillan sin el menor pudor.

Entonces ¿qué podemos hacer para defender nuestra vida y la de nuestras familias?

Repasemos lo que opina nuestra Madre la Iglesia, respecto de la Legítima Defensa, tan olvidada hoy por la mayoría de los ciudadanos. El Catecismo nos dice claramente:

2263 La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario. ‘La acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor... solamente es querido el uno; el otro, no’ (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 64, 7).

2264 El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal:

Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción sería lícita... y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada a fin de evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 64, 7).

2265 La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la sociedad.”

2266 La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en estado de no poder causar perjuicio. Por este motivo la enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte. Por motivos análogos quienes poseen la autoridad tienen el derecho de rechazar por medio de las armas a los agresores de la sociedad que tienen a su cargo.

Las penas tienen como primer efecto el de compensar el desorden introducido por la falta. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, tiene un valor de expiación. La pena tiene como efecto, además, preservar el orden público y la seguridad de las personas. Finalmente, tiene también un valor medicinal, puesto que debe, en la medida de lo posible, contribuir a la enmienda del culpable (cf Lc 23, 40-43).

2267 Si los medios incruentos bastan para defender las vidas humanas contra el agresor y para proteger de él el orden público y la seguridad de las personas, en tal caso la autoridad se limitará a emplear sólo esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.

Estemos atentos a los lobos disfrazados con pieles de ovejas, que usan la justicia solo para beneficio personal y no para garantizar los derechos de los inocentes.

En estos momentos de gran violencia y donde todo parece derrumbarse, debemos hacer uso de nuestra inteligencia, de nuestra tradición y refugiarnos no en la ley imperante que es unilateral, injusta e inmoral, sino mejor en la ley natural y la ley divina de la cual es guardiana nuestra fe católica.

1 comentario:

  1. Excelente nota.
    Voto por bajar urgente la edad para considerar "menor" a un delincuente, y dejarlo en libertad a las horas de haber matado a alguien.
    Voto por no permitir la libre circulación.
    Voto por exigir la renuncia inmediata de los funcionarios que no cumplen sus obligaciones de defender a los ciudadanos.

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