lunes, 13 de julio de 2009

Fe y Sanación



Fe y sanación

En estos tiempos donde vemos tanta enfermedad, tanta angustia y tanta confusión quiero compartir con Ustedes algunas reflexiones de una lectura bíblica tomada del evangelio de San Mateo, cuando Nuestro Señor baja de anunciar el sermón de la montaña donde nos regaló su enseñanza. Escuchemos el relato…

Mateo 8,1-10

1 Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud.
2 Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes purificarme".
3 Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante quedó purificado de su lepra.
4 Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio".

5 Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole:
6 "Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente".
7 Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo".
8 Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
9 Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: "Ve", él va, y a otro: "Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: "Tienes que hacer esto", él lo hace".
10 Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe”.

Jesús bajó de la montaña seguido de una multitud, esa gente que lo seguía había tenido una experiencia concreta de Dios, en Jesús habían encontrado lo que tanto tiempo venían buscando: Misericordia. Lo mismo que esta tarde nosotros estamos buscando al sintonizar esta radio católica, la misericordia de Dios.

Igual que el leproso se metió al medio de la multitud, aunque él sabía que le estaba prohibido por la Ley estar en contacto con los demás, nosotros nos acercamos a Jesús, de la misma manera: con un poco de miedo y un poco de vergüenza. Un poco de esto es lo que sienten hoy tantos hermanos nuestros que como enfermos y leprosos actuales son despreciados y apartados de la sociedad y muchas veces hasta de sus propias familias.

En el dolor de la soledad y la discriminación, como ese leproso de Cafarnaúm muchos clamamos a Ti Señor, pidiendo que si es tu voluntad nos purifiques. Y tu respuesta siempre es la misma: Si quiero. Porque sos Dios con nosotros, por eso siempre querés nuestra salvación. Porque no te damos vergüenza, ni pudor, ni asco. Porque nos amás a pesar de nuestras grandes miserias, porque sos un Dios cercano, intimo, más cercano a nosotros mismos que nuestras propias entrañas. A vos Señor te buscamos confundidos en las cosas mundanas, en el éxito, en la diversión, en el poseer cosas y personas; pero no te encontramos mientras no te buscamos en nuestro interior, en lo más profundo de nuestro ser.

Muchas veces Jesús nos sentimos, ante tu presencia como el centurión. Un extranjero, un desconocido, alguien lejano a vos y tu entorno. Quizás no participamos de ningún grupo parroquial, de ningún movimiento cristiano, quizás ni siquiera vamos a misa y por esto nos sentimos ante vos como desconocidos. A pesar de esto como el centurión no podemos dejar de salir a tu encuentro y suplicarte por los nuestros que sufren. Nuestros hermanos, nuestros hijos o nietos que han caído en las garras del pecado, de la enfermedad, del consumo, de la miseria humana y espiritual. Vemos actualmente matrimonios y familias carentes de sentimientos de entrega, de sacrificio y de ternura. La familia destinada por Dios, para ser la iglesia doméstica, el centro de la vida humana, se ha transformado en este tiempo en lugares donde hay relaciones de utilitarismo, de dominio, de poder y de control abusivo de los miembros de la familia; opresión sobre aquellos que deberíamos amar. Nuestras familias se han vuelto egoístas, indiferentes y carentes de solidaridad hacia dentro y hacia los que nos rodean. Como el centurión ante tanto dolor no podemos quedarnos callados y venimos hoy a pedirte por cada uno de los nuestros Señor.

Como el siervo del soldado romano estamos paralizados, ni siquiera podemos movernos. Tanta porquería que nos tiran encima los medios de comunicación social, tantos ofrecimientos vergonzosos que nos hacen y hacemos, tanta pérdida de la dignidad en nuestra ciudad y nuestra patria. Estamos paralizados, ya no nos duele ver chicos muertos de frio pidiendo en la calle, ya nos deja indiferentes cuando un padre de familia se queda sin trabajo. Ya es tanta nuestra parálisis que nos da igual ver jóvenes sin proyectos de vidas, veletas de las modas ridículas e indeterminadas, modas relativistas y amorfas, tendencias extrañas a nuestra cultura y que no aportan nada. Jóvenes que sin respetar sus vidas ni sus cuerpos se quedan sin planes, sin objetivos, cansados de tanta basura que la sociedad les hace consumir prácticamente a la fuerza.

Y ante esta parálisis solo hay dolor. Dolor de no tener amigos, dolor de haber destruido la familia, dolor de estar solos, dolor de ser incomprendidos, dolor por no ser contenidos por nadie. Dolor por comprar cosas que al otro día de tenerlas pierden el sentido. Solo dolor, ese dolor del vacío, de estar lejos de lo único valioso: Vos Señor.

Como el centurión Señor te suplicamos, te imploramos, nos postramos a pedirte una sola palabra de tu boca. Una esperanza, un consuelo, una caricia. Sabemos que será bálsamo para nuestra vida maltrecha, para nuestra miseria cotidiana.

Una palabra tuya bastará para sanarnos, para liberarnos de tantos demonios que nos afligen y no nos dejan sacar lo mejor de nosotros mismos. Nuestro verdadero yo está tapado de barro, de dolor, de angustia porque nos desfigura nuestro verdadero ser, hecho a tu imagen y semejanza.

Señor sabemos que una sola palabra tuya bastará para sanarnos, sabemos que tu mirada a nuestros ojos y que tus palabras en nuestros oídos nos darán la libertad, la verdadera libertad, la verdadera sanación. No el libertinaje de hacer lo que queremos sin controlar nuestros instintos, sino la libertad para escoger estar a tu lado, la libertad de seguirte y de servirte.

Ojala Señor Jesús, que esta tarde al escuchar nuestra súplica sincera, puedas decir que no encontraste nadie con tanta fe en Buenos Aires. Y que por tu misericordia, por tu bondad y por tu preciosísima sangre, que derramaste generosamente en el calvario por cada uno de nosotros, nos puedas sacar de esta parálisis que tiene nuestra vida, nuestra ciudad y nuestra patria al borde de la muerte.

Señor no somos dignos de que entres en nuestra patria pero una sola palabra tuya servirá para sanarla del egoísmo, de la corrupción y del pecado.

Señor, no somos dignos de que entres en nuestra ciudad, pero una palabra tuya servirá para sanar tanto abandono, tanta soledad, tanta injusticia, tanta miseria.

Señor, no somos dignos de que entres en nuestra vida, pero una palabra tuya bastará para sanarnos y redimirnos. Para salvar nuestra alma y para hacernos tus discípulos en medio de los que viven cerca nuestro. Una solo palabra tuya nos traerá la salud física, psicológica y espiritual a nuestra vida.

Que el Señor de la Vida, el Resucitado, nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

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